Por Diego Calp
Ya hace tiempo escribí la reflexión “sobre el significado de la identidad de género”. Dicha definición que hice de ella, estaba basada en diferentes teorías psicológicas, como el aprendizaje constructivista, la psicología social y la sexología clínica.
Ahora me gustaría definirla desde un paradigma más conductual. Quizá con la posibilidad de profundizar algo más.
Para empezar, podríamos decir que existen conductas incondicionadas. Estás se refieren a las conductas innatas, que nos vienen de nacimiento y que no requieren de aprendizaje respondiente u operante para pasar a formar parte de nuestro repertorio conductual. En ese sentido, entra lo que se refiere a las diferencias por sexo y, especialmente, las diferencias neurológicas entre hombres y mujeres. Cómo ya conocemos de lo descrito la última vez, los ejemplos son diversos: una mayor predisposición a la ira por parte de las personas sexualmente masculinas, mientras que en la mujer hay una mayor capacidad para la empatía y las emociones; u, otro ejemplo, la capacidad de la mujer para poder llevar a cabo diversas tareas y concentrarse en ellas, en contraposición al hombre que solo puede llevar una a cabo.
Luego tenemos lo que se conoce como conductas condicionadas, en dónde si bien podemos hablar del condicionamiento respondiente, en este caso, solo nos referiremos a aquellas que requieren de aprendizaje operante, es decir, de la existencia de una asociación entre un estímulo discriminativo y una respuesta operante, y, posteriormente, de una consecuencia para aumentar su probabilidad de emisión antes dicho estímulo discriminativo en circunstancias futuras (reforzador). Esto se divide en dos formas conductuales:
Las directamente observables: que son aquellas conductas que se pueden observar mediante los sentidos, porque aparecen en forma de acción. Y, en este sentido, nos encontramos con un conjunto de conductas específicas tales como la forma de vestir, el maquillaje, la pantomima, la depilación, la imposición en el tono de la voz, entre otros.
Las privadas: aquellas que no pueden ser observadas por otras personas, sino únicamente por el sujeto que las tiene; como los pensamientos, las emociones y las sensaciones físicas. En este caso, la propia identidad, la identificación con dicho conjunto de conductas. Esto ya de por sí implica una asociación en si misma, la de las conductas observables, con las conductas privadas. Y es que, la identidad es eso, la capacidad de identificarse con una serie de conductas específicas, de sentirse bien con eso. Cabe destacar que dicha sensación de bienestar implica una forma de reforzamiento de las conductas en cuestión, en ese sentido es que se establece una relación de contigencia entre las respuestas operantes y la consecuencia reforzadora.
Es importante aclarar que a veces se confunde la identificación con la idea de autopercepción, esto es caer en un error, ya que, como dijimos antes, la identificación es una forma de sentirse bien con un conjunto de conductas que las refuerzan. En cambio, la autopercepción es la idea que podemos tener sobre nosotros mismos, que puede ser, verse a si mismo como un genio o como un estúpido, por lo que, la autopercepción, puede ser tanto racional cómo irracional.
Respecto al aprendizaje operante, cabe resaltar que lo que se considera constructivismo significativo, en este caso se puede explicar desde la Teoría de los Marcos Relacionales. Esta implica una relación entre estímulos. Estímulos verbales, como la palabra “mujer”, con estímulos observables, como la mujer en cuestión (entendiéndose por mujer al conjunto de conductas que conforman al género). De manera que los padres enseñan esto a sus hijos, y así van construyendo su identidad de género. A esto se le conoce como conductas gobernadas por reglas pliance, es decir, que son impuestas socialmente, en este caso por los padres y por la propia sociedad y la cultura. Estás conductas se ven reforzadas por la aprobación de la sociedad respecto a lo que se considera perteneciente a un género u al otro; siendo extinguido o castigado aquello que sale de lo convencional en este sentido (respecto a este punto, en otra reflexión, posiblemente expliquemos otra conducta a raíz de la identidad transgénero).
De manera que, esquemáticamente se podría considerar que las reglas verbales que la sociedad construye en torno al concepto de lo que implica ser hombre o mujer, actúa como un estímulo discriminativo verbal en la conducta privada de una persona, lo que emite una conducta operante guiada por estás reglas y concluye con una consecuencia reforzadora, la del bienestar experimentado por la propia persona o la de la sociedad que refuerza estos estándares conductuales.
Esto nos permite definir a la identidad de género como un conjunto de conductas gobernadas por reglas impuestas por la sociedad (pliance), referidas específicamente a una parte de la identidad de la persona. Ya que no se trata de su totalidad, sino de cierto repertorio conductual específico.
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