Por Diego Calp

A menudo nos encontramos con muy variadas maneras para hacer referencia a alguna problemática de la salud mental. Nos encontramos con términos tales como: problemas psicológicos, trastorno mental, problema conductual, padecimiento mental, entre otros. Sin embargo, hay uno que suele ser bastante común y que destaca por su connotación incapacitante. Este es el de “enfermedad mental”.

Se trata, evidentemente, de un término heredado, de un concepto propiamente médico. Y cobra aún más sentido cuando vemos la definición que se le otorga a este concepto. La enfermedad mental se suele definir como una amplia gama de afecciones de la salud mental, tales como trastornos que afectan al estado de ánimo, el pensamiento y el comportamiento. Está definición incluye a los problemas de ansiedad, la depresión, los trastornos alimentarios y las adicciones como enfermedades, entre otros.

Puede que, en alguna medida, se considere que ello no tiene nada de problemático. Empero, es importante destacar que, a la hora de explicar de forma científica cómo ocurren estos trastornos, el concepto de enfermedad termina siendo impreciso en demasía. Pues, para que una enfermedad lo sea es menester que exista una causa interna subyacente en el organismo que la está padeciendo. Es decir, que debe haber alguna alteración orgánica que justifique la aparición de la condición.

El problema es que no existe una condición orgánica a la que se pueda considerar la causa de este tipo de problemáticas. De hecho, la evidencia señala que lo que, desde el principio se ha considerado la causa de los trastornos mentales, no lo es, sino que es un efecto suscitado por el propio problema psicológico. Es decir, en lugar de ser la alteración de la serotonina la que genera la depresión, este cambio en el neurotransmisor es el fruto de la propia depresión.

En un primer plano, puede parece extraña la idea de pensar que es la depresión la que causa el “desbalance” químico en el organismo y no que es esta condición del organismo la que produce la depresión. Porque, si es así, entonces, ¿que es lo que provoca la depresión y otros trastornos mentales?

Respondiendo a esta pregunta, podríamos empezar redefiniendo a los trastornos mentales, no como una enfermedad, sino como conductas problemáticas. Esto es esencial porque nos permite comprender cuál es realmente su etiología. Y es que, por conducta podemos entender todo lo que hace un organismo en función a su contexto. En este sentido, la conducta es siempre una respuesta a su ambiente, por lo tanto, es funcional y adaptativa a este.

Si bien es verdad que existen conductas de origen innato, estás hacen referencia esencialmente a respuestas automáticas como las emociones y los reflejos, como cuando se nos sopla en los ojos y los cerramos, aun así la mayor parte de nuestras conductas son aprendidas. Sin embargo, es innegable que genéticamente podemos encontrar algunas variables que influyen directamente sobre el comportamiento. A estas se las conoce como variables disposicionales. Variables que, en este caso, son constantes en el organismo y que afectan al aprendizaje de las conductas. Por ejemplo, una persona puede tener una cierta condición genética que haga que tenga más posibilidades sobre otra de tener depresión, sin embargo, está sería una variable que influye en el aprendizaje de las conductas depresivas y no su origen per se.

Las conductas en general son aprendidas, y aquellas a las que denominamos o etiquetamos como “trastornos mentales” no son la excepción. Son las variables contextuales las que probabilizan su desarrollo y nos explican por qué se producen. Y a la vez, son estás mismas variables las que nos permiten, cuando las manipulamos, producir la modificación conductual que ayude a una persona a cambiar sus comportamientos problemáticos por otros que no lo sean.

Llamamos conductas problemáticas a los trastornos mentales porque, si bien, como toda conducta, son tanto funcionales como adaptativas al contexto, lo son en función del corto plazo. Es decir que a corto plazo nos permiten, de alguna manera, evitar el malestar, no obstante, a largo plazo son conflictivas porque mantienen el problema en el tiempo y nos generan más malestar, haciendo que cobre sentido su clasificación como problemáticas.

En conclusión, sería razonable considerar un cambio generalizado en la conceptualización de los trastornos mentales, no únicamente a fin de que concuerden con su explicación científica, sino porque, de esa manera, se entenderá la importancia de que su abordaje sea psicológico.

Bibliografia:

Pérez Fernández, V et al. (2017). Procesos psicológicos básicos. Un análisis funcional. UNED. Madrid, España. ISBN: 978-84-362-6177-6

González-Terrazas, R. y Colombo, M. (2023). Análisis de la conducta. Teoría y aplicaciones clínicas. Tres Olas Ediciones. Buenos Aires, Argentina. ISBN: 978-987-8475-77-6

Categorías: Psicología

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