Por Diego Calp

Cuando un niño es muy pequeño recibe absolutamente todo lo que necesita para sobrevivir. Solo hace falta quejarse o expresarse emocionalmente para que su madre lo alimente o le brinde lo que intuye que necesita, según lo que aprendió de dichas señales.

Esto sucede durante largo tiempo, mientras el niño todavía es pequeño y no puede moverse o comunicarse mediante palabras. Siempre que pide algo lo recibe de sus padres, sea lo que sea.

Sin embargo, pasado un tiempo, el niño crece y ya es capaz de caminar y hablar. Y, un día, mientras camina con su madre por la calle, el niño ve algo que atrae su atención: un precioso juguete. Al visualizar el objeto que desea, se lo señala a su madre o padre y le pide que se lo compre. Estos, por su parte, no tienen el dinero para hacerlo en ese momento, por lo que se niegan. Ante la incapacidad de alcanzar lo deseado como toda su vida lo ha logrado, el niño se larga a llorar y comienza a quejarse y a pedir que se compren el juguete, a lo que los padres responden nuevamente que no, y esto, lejos de frenar sus quejas o sus “berrinches” solo los aumenta. Llegado a un punto, los padres deciden abofetear al niño para que se callé y al hacerlo, este queda mudo. Lo que hace que los padres descubran al verdugo de los berrinches: el golpe.

Analicemos que sucedió funcionalmente:

Cuando el niño era pequeño y pedia algo, siempre lo recibía. Ese recibir actuaba como reforzador se la conducta operante de exigir algo, por lo que el niño comprendió que, mediante este medio lograba alcanzar lo que deseaba, es decir, que la conducta funcionaba.

Pasado un tiempo, el niño se encontró con una situación completamente novedosa, es decir, la de no poder alcanzar mediante el pedido aquello que deseaba (el juguete). Esto produjo que se generara un proceso de extinción, mediante el cual las conductas de la persona aumentan en frecuencia a fin de reestablecer la relación de contigencia entre la conducta operante y el reforzador. Si el reforzador no se presenta y, por tanto, la relación de contigencia no se recupera, luego de un rato, como efecto de este proceso, la conducta operante se ve debilitada hasta que deja de emitirse ante el evento en concreto (el estímulo discriminativo).

Sin embargo, los padres no saben de este descenso, porque solo observan la escalada. Por lo que proceden mediante un golpe (castigo positivo) para que el niño se calle. Si este lo hace su silencio actúa como reforzador negativo de la conducta operante que es el golpe, así los padres descubren que golpearlo funciona para que se callé y esto aumenta su probabilidad de repetición futura en circunstancias similares.

Lo curioso de esto quizá sea que el proceso de extinción por el que este niño esta pasando es exactamente el mismo por el que están pasando los padres al escalar en la intensidad de sus conductas castigadoras, hasta que la respuesta intensa (la del golpe) se refuerza mediante el silencio del niño. Por lo que se puede decir que el refuerzo de las conductas de mayor intensidad esta siendo bidireccional o reciproco.

A primera vista, parece que el golpe es una técnica muy pertinente para silenciar al niño, sin embargo, existen muchos inconvenientes. Para empezar, el castigo del golpe no solamente hace que el niño calle, sino que castiga su expresión emocional, lo cual puede ser muy contraproducente para el aprendizaje de la regulación emocional. Y lo segundo es que, a veces, los padres ceden ante los requerimientos de sus hijos. Y lo peor es que, en realidad, no ceden en el preciso momento en el que el niño pide lo que quiere, sino cuando esté, por el proceso de extinción, ha escalado en la intensidad de sus respuestas operantes, y eso hace que se refuercen estás expresiones intensas, precisamente porque funcionan para alcanzar lo deseado. Teniendo en cuenta esto, el problema también es que este tipo de refuerzo, que a veces aparece y otras no, se conoce como intermitente y es uno de los más eficaces para mantener conductas en el tiempo. Otro inconveniente de reforzar esto es que los niños comiencen a aprender repertorios conductuales extremos, porque son los que funcionan para conseguir lo deseado.

Dicho eso, podemos abordar lo que si puede ser conveniente para poner un límite y que esto no implique golpear a un niño. Lo que importa realmente en el castigo es la función y no la forma que la consecuencia en cuestión obtenga. Es decir, es tan funcional golpear a un hijo como negarse y seguir caminando hacia adelante; en ambos casos se da por hecho que no se comprará el juguete.

Más allá de esas posibilidades, lo mejor quizá sea proceder mediante la validación emocional, explicándole al niño que se entiende perfectamente por qué se siente como se siente y que es válido sentirse así. Esto reforzará la expresión de emociones, algo que es imprescindible para aprender a regular las emociones. Y, por otro lado, se le explica por qué no se puede comprar ese día el juguete. Está explicación actúa como castigo de la conducta de exigir la compra, solo que, a diferencia del golpe, el niño comprenderá cuáles son las razones por las cuales no le pueden comprar el juguete y esto podría ser fundamental para que, en el futuro, antes circunstancias parecidas, no sea tan exigente. Entonces, en este caso, el niño se llevaría dos aprendizajes valiosos: el primero es que sentir emociones no es algo malo, sino normal y necesario, y que es válido lo que el siente; y el segundo es que, no siempre puede tener lo que uno quiere, que es parte de la vida, por más que resulte frustrante.

Categorías: Psicología

1 Comentario

Excelente y claramente explicado, me encanto · 23 septiembre, 2023 en 9:24 am

Consejo para todos los padres, para agradecer.

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