Por Diego Calp

-Estas perdiendo el tiempo.

El velero se balancea ligeramente de babor a estribor, y las olas rozan levemente su casco, produciendo un sonido en suma agradable.

-La verdad no comprendo a qué viene eso de que estoy perdiendo mi tiempo- responde Arturo, hombre de fisionomía no demasiado robusta, pero lo suficientemente como para decir que no es delgado-. Llevamos horas en medio del océano y tampoco es que a ti se te haya ocurrido nada mejor que hacer.

El otro, de nombre Alejandro, lo mira desdeñoso y le responde:

-Yo ya estoy resignado.

-Me parece que la esperanza es lo último que se pierde según se dice.

Se quedan en silencio unos segundos mirando al mar. Es un día en los que el viento no sopla, en los cuales, a lo mucho, este llega a los dos nudos. Pero el problema no es el viento, sino el velero. Este ha sufrido dos percances. Quizá, si solo hubiera sufrido uno, la situación no sería tan adversa. Pero, desgraciadamente, ni mantiene su único palo arbolado, pues este se ha caído y no hay forma de repararlo; ni tampoco el motor funciona o, tal vez, solo se haya quedado sin combustible. El caso es que los dos hombres están en una situación aciaga y cada uno lo toma a su manera.

-¿Piensas hacer algo? ¿O te vas a quedar ahí parado mirándome con desconfianza todo el día?- interpela Arturo a su amigo.

-Creo que no, no haré nada. Todo intento de salvación es vano en situaciones como la nuestra. Creo que deberías dejar de hacer lo que estás haciendo.

-¿Por qué?

-Ya me has escuchado. Además, la irrelevancia de lo que estás haciendo es increíble. ¿Por qué no me ayudas a pescar algo? A ver si con suerte, podemos sobrevivir un par de días más.

-¡Maldición! ¿Cómo llegamos a esto? De verdad, es que no alcanzo a comprenderlo.

-No habrás olvidado que anoche padecimos un temporal del que, por suerte, o más bien por desgracia sobrevivimos. El caso es qué, ya sabes, no tenemos medio de mover el velero. Lo único que podemos hacer es tratar de conseguir algo para comer.

-¿Pescado? Pero…, tendríamos que comerlo crudo.

-Digamos que no es precisamente un restaurante de lujo en donde uno pueda cocinar su comida, pero sí. Crudo. Pero si no quieres no te preocupes, yo me comeré todo lo que haya.

-¿No podríamos prender algún fuego?

-Primero, ¿con que? Y segundo, ¿acaso estás dispuesto a arriesgar el bienestar del barco por un capricho? Sabiendo que este es nuestro último recurso de sobrevivir unos días más.

-Y, ¿Qué hay del agua?

-Por ahora estamos bien. Nos queda para unos días.

-Bien…

-¿Vas a seguir haciendo eso?- está vez Alejandro se levanta y lo mira irascible, apretando los dientes.

-Alguno de los dos ha de intentarlo por lo menos. Nunca se sabe que le depara a uno el Destino.

-En fin…, yo me voy a pescar.

Arturo termina de hacer lo que él cree la tarea más importante y se escucha en el agua el sonido del objeto que ha lanzado. Luego se la vuelta para ver en qué está Alejandro. Y opta por seguir su consejo y ayudarlo a conseguir comida. Pues, ya se empieza a sentir famélico. Hace dos días que no comen, a causa de que han tenido que maniobrar durante la galerna, y esperar a que las aguas se apacigüen. Entonces, se levanta de dónde está sentado y se dirige junto a su amigo, el cual le pasa una caña y le indica que se siente en la banda de babor, mientras el se queda en la de estribor, para poder cubrir un mayor terreno de pesca.

Pasadas una hora, pican los anzuelos y sacan tres peces. Y así siguen durante los días siguientes, con un éxito relativo en la tarea. Pero, existe un inconveniente, el cual se va extendiendo cada día más en la vida de ambos hombres. Es la escases de agua. Prácticamente se ha vaciado más de la mitad del tanque en la que se conserva. Aún así, logran ahorrar algo de ella haciendo privaciones extenuantes.

Siguen pasando los días y el agua termina por acabarse. Por supuesto la pesca sigue, pues lo peces siguen nadando en el mar. Lo que hace que, al menos en apariencia, resulte un recurso irrestricto. Pero pasados otros dos días, para ambos, el asunto comienza a carecer de importancia; a esas alturas, lo único que desean es agua. A los peces les dan tregua durante unas horas, e incluso un día entero. Hasta que en un momento Arturo comenta en susurro, pues la debilidad también afecta su voz:

-Creo que deberíamos volver a pescar…

-¿Con que objeto?- le responde Alejandro, con el mismo tono de voz.

-Por lo menos podemos beber la sangre de los peces.

-No sería suficiente para sesear la sed.

-Si pescáramos al menos diez…

-Para entonces ya estaríamos muertos. Es inútil, y me mantengo en lo que te dije desde el inicio. El hombre ha de resignarse a su cruel Destino.

-Pienso diferente…, para mí siempre queda algo de esperanza.

Alejandro lo mira con la misma expresión de displicencia de hace unos días, pero Arturo no le presta atención. Este por su parte, acostado, termina por desmayarse de sed, y retorna a la vida por la noche.

-Alejandro- dice-. Estás ahí?

-En efecto, ¿dónde más iba a estar?

-Pues conociéndote, quizás habías tomado la decisión de arrojarte a los escualos para terminar de una vez.

-¡Maldición! No hay tiburones por la zona. Pero si ves uno me avisas, ¿verdad?

-¿Por qué? ¿Para lanzarte a sus fauces? Ni hablar.

-No…, no por ello, sino porque como fuente de sangre vale lo que diez peces.

-Y, ¿cómo habrías de pescarlo?

-No lo sé, pero algo se me ocurrirá.

-Ahora veo que no eres tan pesimista como creí desde un momento…

-Quizá…

-Amigo mío, mira el cielo. ¿Ya viste que bello es?

-¿A ver? Tienes razón… Que estrellas más espléndidas.

-Son de una suntuosidad inefable. Jamás había visto algo tan sublime.

-Bueno, tal vez gustes de quedarte varado en medio del océano en más de una ocasión.

Ahora es Arturo quien lo fulmina con la mirada, pero luego se olvida y vuelve a mirar las estrellas. Ambos se quedan en la misma posición avizorando el cielo. Luego, el sopor los vence y caen desvanecidos.

Pasan algunos días más y comienzan a sufrir toda suerte de calamidades. No solo es la sed ahora, sino también el hambre. Aunque la sed es la que más penetra en los sentidos de ambos hombres.

-Lo único que nos faltaba- dice con un susurro Alejandro-… A esta altura y todavía seguimos con vida, cuando bien esta podría abandonarnos y dejarnos fenecer en paz.

-Por favor, por piedad Alejandro, guarda silencio y espera; ten esperanza.

-¿Se puede saber que diablos te traes tu con eso de la esperanza?

Arturo no responde, pero se lo queda mirando fijamente, con un semblante lívido y perturbado por la sed.

Pasa un día más y la locura comienza a infiltrarse en la mente de ambos hombres. Ora alucinan que están en algún lugar deseado en demasía, ora que se encuentran frente a un banquete.

-¿Es que acaso solo yo veo ese suculento platillo?- dice Arturo.

-¡Por el amor de Dios! Por supuesto que solo lo ves tú. Creo que a cada momento que pasa, se nos escapan de la cabeza miles de neuronas. Pardiez, este maldito viaje. Pero… ¿En dónde diablos nos encontramos?

-En el paraíso…, definitivamente. Mira Alejandro, ahí pasa la Providencia.

-Maldición, pero que suerte como juega tu cabeza contigo, yo solo veo un paisaje triste y aciagante; del cual no estoy seguro de que sea mejor que nuestra situación actual…

Pasan una horas de ello, y parece que el destino les ha preparado un camino desastroso. Ya ni los miembros pueden mover, no solo por falta de fuerzas, sino por carecer de la motivación para realizar alguna acción.

Todo aparenta estar perdido y parece que, incluso el mismo Arturo, ha perdido toda esperanza de salvarse. Si bien lo parece, esto no es así. Al menos no de forma inconsciente.

A ambos hombres comienza a nublárseles la vista, pero…, de repente, sucede algo… Se escucha el violento sonido del movimiento de las aguas. Que ambos hombres apenas perciben, pero que no deja de llamar su atención. Entonces Arturo abre los ojos y logra percibir un destello arriba de él, una figura, la forma de una persona… Piensa, durante unos segundos, que aquel ser es un ángel, que viene de parte de Dios a buscarlo. Pero, luego ya no piensa, vuelve a caer exánime.

Se despierta Arturo y queda anonadado. No está ni en el velero, ni en el cielo y, por suerte, tampoco en el infierno, sino en un camarote. Y, a decir verdad, de un tamaño considerable. La habitación parece elegantemente amueblada y a su lado se encuentra con Alejandro, todavía dormido. Entonces se escucha un girar de goznes y se habré la puerta del camarote, franqueando el paso a un hombre, parece el capitán.

-Es un placer verlo restablecido señor- dice el hombre-. Esperaba que se despertarán para darles la bienvenida, soy el capitán de este barco.

-Es un honor el que nos dispensa capitán- respondió Arturo-. Pero, ¿como nos ha encontrado?

En ese momento se despierta Alejandro, tan atónito como Arturo en un principio, pero luego al ver a su amigo y al capitán, lo comprende todo y se santigua agradeciendo a Dios por salvarlos.

Entonces el capitán habla:

-Señores, los he encontrado de una forma que jamás creí posible. Una forma de comunicación que se ha utilizado desde los comienzos de la navegación y de cuyo método algunos dudan. Pero encontré esto…

El capitán tomo un objeto, una botella verde esmeralda y la coloco en una mesa frente a ellos.

-Uno de ustedes- dijo -, a juzgar por la escritura, que es de una sola persona, se ha tomado la molestia de escribir estás cartas y arrojar la botella al mar con gran esperanza. Yo quiero felicitar esa esperanza y decirles que el hombre, lo primero que debe evitar a toda costa es perderla.

-¿No te lo había dicho Alejandro? Yo jamás pierdo la esperanza.

Alejandro le dirigió una mirada de profunda gratitud, tanto al capitán como a su amigo.

Categorías: Cuentos

1 Comentario

Victoria · 7 octubre, 2022 en 3:53 pm

Me encantó el personaje de armando creo que eso es lo que debemos Aser las personas nunca perder la esperanza, pues siempre ay un rayito de luz que nos ilumina en la oscuridad y creer 🙏

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