Por Diego Calp

(Esta historia comienza con la aparición de dos hermanos templarios muy unidos. Los cuales llegan tarde al templo)

Hugo: Lamentable situación la nuestra hermano. Os había dicho que os dieras prisa.

Isaac: Reconozco mis errores y temo por nuestra suerte. Pues, dudo que, si no el propio Dios, el gran maestre nos perdone está irreverencia.

Hugo: Por ahora, podemos estar calmos; pues, parece que nadie nos ha visto entrar.

Isaac: Penetremos en la capilla, sin proferir sonido alguno; que de esta forma es menos probable que se percaten de nuestra presencia.

Hugo: Algo es seguro. Dios nos vigila en estos momentos.

Isaac: En el momento precisó, ya responderemos de nuestro pecado ante él.

(Salen y entran en la capilla el abate y el gran maestre, el obispo que la preside se queda aparte dando la misa los demás hermanos del temple)

Abate (dirigiéndose al gran maestre): Mi señor. Harto me encuentro de esperar la llegada del maestro Isaac. Hace tiempo que debió haber entrado.

Gran Maestre: Relajaros hermano, que el maestro Isaac es sabio y reacio a cometer imprudencias.

Abate: Poco importan las imprudencias. Cuando esto ya es una impertinencia. ¿Qué diría el papá si de esto se enterara?

Gran Maestre: No veo menester que eso deba suceder. Por ahora esperemos algo más, quizá estén por llegar.

(Entran en ese preciso momento en a la capilla Isaac bastante ansioso y Hugo, sorprendentemente impasible)

Abate (con adusta expresión): Parece que al fin llegáis. Me preguntaba que estarías haciendo para llegar con tanto retraso.

Isaac (ignorando al irascible abate, se dirige al gran maestre): Mis disculpas caballero. Antes de venir hemos tenido que enviar una carta al Papa.

Gran Maestre: Lo sabía. Pues yo fui quien os envío a ello. Pero tardaron más de lo debido.

Isaac: Lo que sucede señor, es que fuimos atacados por rufianes cuando volvíamos al templó.

Gran Maestre: ¿Es eso verdad Hugo?

Hugo: Lo es señor, mi espada está ensangrentada si es que desais verla por vos mismo.

Gran Maestre: No será necesario. Creo en vuestras palabras. Pero, ahora debéis entrar en la capilla y posternaros ante la cruz de nuestro señor Jesucristo.

Hugo y Isaac: Muchas gracias por vuestra indulgencia Gran Maestre.

(Se despiden Hugo y Isaac, y salen de la escena)

Gran Maestre: Son buenos hombres. Aunque con sus equivocaciones, por supuesto.

Abate: No estéis tan seguro de ello, señor. Esas personas suelen ser las que más desconfianza inspiran.

Gran Maestre: Con lo que decís, ahora sois vos quien más desconfianza emanáis. Pues, osas hablar del maestro Isaac como si de un canalla se tratase.

Abate: Me resulta peculiar su trato con Hugo. Pues no son del mismo rango, ni mucho menos de idéntica casta. Y no logro aceptar el trato que entre ellos se profesan con tanta familiaridad. Por un lado Isaac, que pareciera que no respeta su posición y, por otro, Hugo que aparenta no hacer reverencia alguna frente a su maestro.

Gran Maestre: Poseen un estrecho lazo de amistad… Son como hermanos. Y entre ellos no creen necesario tratarse con formalidad reglamentaría.

Abate: Vuesamerced lo ha dicho. Reglamentaría, por lo que debe respetarse a toda costa.

Gran Maestre: La verdad no comprendo de dónde sale tanto odio de su persona, por una relación tan grata como la de estos hombres. Creo que debería dejarlos hacer, pues por el momento no han cometido gravedad alguna.

Abate: Por el momento.

(Sale el Abate de la escena. Por su parte, el Gran Maestre se dirige al salón que sirve de refugió, en el templo, a sus hombres. En éste se encuentran todos los templarios durmiendo a excepción de Hugo y Isaac)

Gran Maestre (hacía Hugo y Isaac): Es imprescindible que departamos de unos asuntos de suma importancia. Pues he de encomendaros una comisión, que os ayudará a ganaros la confianza que el clero a perdido en vosotros; por el lazo de amistad que os une.

Isaac: Estamos dispuestos a cumplir cualquier menester.

Hugo: Yo haré otro tanto.

Gran Maestre: Que así sea. Entonces, os explicaré. Resulta que se ha sabido por una carta, que los Islámicos han confiscado varios objetos de valor gran valor sagrado; y han cometido terribles sacrilegios con estos. La misión que os encomiendo, tiene como objeto, no solo la recuperación de dichos objetos, sino también el castigo a estos hombres; por un lado, por su faltas hacia nuestras reliquias y, por otro, por la práctica de un culto falso y en contra de nuestra religión. Ellos son nuestros enemigos y deben morir por lo que han hecho.

Hugo: Disculpad mi atrevimiento Gran Maestre. Pero, estos herejes. ¿No han cometido ningún delito hacía algún católico o alguno de nuestros curas?

Gran Maestre: Hasta ahora no. Lo que no significa que vaya a ser así siempre. Aún así eso es de carente relevancia. Lo esencial es que recuperéis las reliquias.

Hugo: Es una grata suerte que no haya sucedido nada de eso.

(Salen todos de la escena. En medio del bosque, de camino hacia donde deberían estar los Islámicos, caminan Isaac y Hugo)

Isaac: Pardiez Hugo. ¿Acaso queréis que os releven de vuestros cargos?

Hugo: Para nada mi amigo. Lo que pasa es que no logro comprender, el por qué resulta tan imperioso castigar a personas que no le han hecho daño a nadie.

Isaac: En verdad, lleváis algo de razón. Pero, han cometido terribles crímenes con nuestras reliquias; que, por cierto, son sagradas y representan las únicas pruebas irrefutables de la existencia de Dios.

Hugo: No olvidéis que la Biblia también cumple con los requisitos.

Isaac: Por supuesto.

Hugo: Aún así, creo que, aunque se quemase una biblia no debería hacerse tanto escándalo.

Isaac: ¿Estáis loco? ¿Acaso escucháis lo que decís? Si fuerais oído por cualquier miembro de la orden, serías acusado de hereje. Por Dios, deberías dejar de decir tantas insensateces.

Hugo: No juréis, si no queréis ser vos el acusado de apostata.

Isaac: Lo lamento. Aunque, no sé por qué me disculpó si yo me encuentro en un rango superior al vuestro.

Hugo: ¡La soberbia hermano! ¡Cuidado con ella! Que ya os veo, cometer el peor pecado capital por lo que decís.

Isaac: Tenéis razón. Finalmente, incluiros en la orden a sido una sublime recomendación.

Hugo: Así lo esperó. Y espero poder realizar cambios en este desdichado mundo, que nos ha tocado.

Isaac: ¿Cambios? ¿De qué habláis hermano?

Hugo: Pues la vida fluctúa en múltiples cambios y estos, de una u otra forma, siempre resultan abruptos. Porque la vida resulta aburrida sin un cambio, la costumbre y el hábito hacen que el ser se aliene en pensamientos constantes y repetitivos.

Isaac: O mucho me equivoco, o eso que estás diciendo es filosofía.

Hugo: Eso es.

Isaac: Deberías callarlo frente a los demás hermanos. No es bien visto por la cristiandad ese tipo de razonamiento. E, incluso en algunos casos, se ha considerado como culto al diablo. Esto es así, porque creemos que la biblia es inequívoca y la única verdad absoluta.

Hugo: Y tu hermano. ¿Lo creéis así también?

Isaac: Realmente no importa lo que yo crea, no soy digno de decir que este bien y que no. Ese es trabajo de Dios.

Hugo: Lo que decís es verdad. Aún así, en estos momentos actuáis en contra de tales resoluciones.

Isaac: ¿Cómo es eso posible?

Hugo: Pues estáis condenando a unos hombres por tomar vuestras reliquias sagradas.

Isaac: Nuestras reliquias…, también os pertenecen. Pero eso es distinto. Ellos tomaron algo que no les corresponde y que, además, es sagrado. Merecen un castigó por ello.

Hugo: Y es en tus últimas palabras en qué negaría por completo lo que dijisteis, de que solo Dios debe condenar al hombre por sus pecados.

Isaac: No lo había pensado… En fin, ya veremos cuando lleguemos a nuestro destino. Quizás, no sea menester utilizar la violencia en esta situación.

(Salen de la escena. En medio de del bosque, en un fuerte, entran Ahman y Samir)

Samir: Mi señor. Los mensajero que enviasteis ya han retornado con adversas noticias.

Ahman: ¿De que se trata mi buen Samir? ¿Corremos peligro?

Samir: No por ahora, señor. Pero de un momento a otro pueden venir los templarios en busca de sus objetos.

Ahman: ¡Maldición! Estos cristianos si que son materialistas. Alaban a un objeto que se supone representa a un Dios. Un objeto, con todas sus imperfecciones, y en la que supuestamente yace la presencia de un ser todo poderoso. Que extraños pensamientos. ¿No te parece Samir?

Samir: Coincido en ello, mi señor. Pero creo que hay cosas de suma importancia por tratar aún.

Ahman: Pardiez Samir. Decidme de que se trata. ¿Acaso son los templarios que están por darnos encuentro?

Samir: Es lo que parece, según las notificaciones que recibí hace media hora.

Ahman: No perdamos un segundo. Que los hombres tomen sus armas, que hay que atenernos a cualquier percance.

Samir: A sus órdenes, mi señor. Pero. ¿Qué haremos con las reliquias cristianas?

Ahman: ¿Cómo que que haremos? Pulidlas, limpiadlas, dejadlas en el estado en qué las encontramos. ¿Qué puedo decir yo sobre cuáles son las fantasías de los cristianos sobre este asunto? ¿Acaso yo debo preocuparme por algo que me resulta so banal?

Samir: Bien… No os preocupéis por ellas, ya que de todas formas….    

Ahman: ¿Sucede algo? ¿Por qué balbuciais tanto?

Samir: Es que…

Ahman: Decidlo de una vez, Samir.

Samir: Lo que sucede es que ayer por la noche, los hombres se sirvieron de los objetos para cebar el fuego.

Ahman: ¡Estamos perdidos! No hay nada que este a nuestro alcance que podamos hacer para evitar que nos maten.

Samir: Aún podemos luchar.

Ahman: Escuchadme Samir. Que tenéis mucho que temer. El prestigio de los templarios que a todo los oídos han llegado es muy grande; por lo que es sencillo inferir que nada bueno resulta para la persona que intenta enfrentarlos.

Samir: Ya nos podremos cerciorar de ello cuando lleguen.

Ahman: ¡Silencio! Creo que ahí vienen.

(En efecto, entran en escena Hugo y Isaac que venían caminando desde el bosque. Cruzan el umbral de la puerta de una pequeña fortaleza y se presentan, con las manos sobre la empuñadura de sus espadas, ante Ahman y Samir; los cuáles están sentados en una mesa. Luego, ambos templarios, se relajan y toman asiento frente a los dos árabes)

Samir (en burla hacia Hugo y Isaac): Sean bienvenidas vuestras mercedes de cándida apariencia y lozanía excelsa.

 Isaac: En verdad que desconozco el trato que nos dispensáis.  Hugo ahí tenéis ante vuestros propios ojos la ignorancia y la insolencia con la que se dirigen estás personas al prójimo.

Hugo: Es lamentable. Pero por nuestra parte hemos de decir que, si lo primero es completamente falso, os aseguramos que lo segundo para nada lo es. Somos gente de un gran vigor.

Ahman: Lamento mucho está impertinencia que les a propinado mi criado, pero si prometo que os recompensare.

Isaac: Es demasiado tarde, hemos venido para cobrar venganza por la profanación que habéis cometido con muestras reliquias.

Samir: Mi señor, ya os advertía yo de la carente civilización de estás personas en su manera de actuar. Os recomiendo que toméis una decisión apresurada y ataquéis antes de sufrir vos un escarmiento.

Ahman: Sosiego, mi amigo Samir. Creo que todavía existe oportunidad de cambiar la dirección de los objetivos de estos buenos hombres que se encuentran frente a nosotros.

Hugo (en un aparte con Isaac): Como os dije desde el principio, me mantengo firme en mi opinión. Creo que a pesar de todo lo sucedido, no creo que sea necesario llegar a cometer alguna acción agresiva contra estos árabes.

Isaac (a Hugo): Pardiez. Pues sois muy convincente. Veremos cómo evoluciona nuestra situación y en base a ello decidiremos.

Samir (en un aparte con Ahman): Son solo dos, mi señor. Eso nos facilita bastante la resolución del problema.

Ahman (a Samir): Sí. Pero uno es un maestro y estos pueden valer por diez hombre; lo que, probablemente, nos suscitaría una hecatombe si llegara a darse el conflicto.

Hugo: Hemos disertado que os daremos la oportunidad de explicar que razones tuvisteis para robarnos nuestros objetos.

Ahman: Aceptamos vuestra proposición.

Isaac: Y bien. ¿De que se trata?

Ahman: Resulta que nos dirigíamos a comerciar con un par de piratas; cuando por el camino divisamos un templo. El lugar parecía completamente desolado, no vimos ni un alma en todo el lugar; y eso que lo avizoramos por completo. Pero el templo, para nuestra sopresa, estaba en perfecto estado. Lo que nos indicaba que no hace mucho habían estado allí. Por lo que supusimos que, necesariamente, debía haber algo de valor dentro. Aún así, no comprendíamos la razón por la cual lo había abandonado por completo.

Isaac: ¡Maldición! Es que ese templo solo lo visitamos cuando peregrinamos por sus inmediaciones. ¿Acaso decíais que osasteis entrar en el?

Ahman: Así es, fue lo que sucedió. Al penetrar en el templo, nos encontramos en una situación ingrata. No había nada. Cosa que debía habernos parecido extraño, dado el cuidado de los suelos y las paredes; pero de lo cual no hicimos hincapié, ya que, estábamos coléricos por la carencia de tesoros.

Hugo: Ergo, encontrasteis nuestras reliquias sin valor alguno, y decidisteis descargar vuestra irá con ellas.

Ahman: Exactamente. Vaya, pero sois un hombre de mente brillante. Aunque no fuimos nosotros dos. Me refiero a que no fuimos ni Samir ni yo. Nuestros hombres decidieron quemarlas como venganza a tanta miseria.

Isaac: La verdad es que no cabe en mi como tenéis el atrevimiento de admitir tal crimen. Pero os juro que nos vengaremos.

Samir: Pardiez. Calmaos, que solo son un par de objetos sin valor. ¿Pues que valor pueden tener unos copones de madera y sus cruces?

Isaac: ¡Tenéis que estar bromeando!

Hugo (toma asiento): Calmaos hermano, que os estáis poniendo tan rojo que peligráis desmayarte. Y tomad asiento para evitar caerte.

Isaac (se sienta): Bien, me calmo.

Hugo: Sucede que esos objetos, solo por su antigüedad es que resultan tan valiosos. Lo que los hace especiales es que en algún momento estuvieron en manos de nuestro señor Jesucristo, y con ellos fue que realizó milagros.

Isaac: Y según nuestras costumbres debemos vengarnos de quienes cometen tales herejías con nuestras reliquias sagradas.

Samir: Los dogmas de la religión me suscitan una gran aversión.

Hugo: ¿Cómo es eso Samir? ¿No sois Islámico?

Samir: Ni yo, ni nadie de nuestro grupo lo es. Somos simplemente árabes que se dedican al comerció y al contrabando, por supuesto.

Hugo: Interesante, no creí que fuera posible que hubiera personas que no creyeran en una religión.

Samir: Oh. Mucho os equivocáis mi querido compañero. Las personas que sienten un afán por el conocimiento son las primeras en dejar de lado la religión.

Hugo: ¿Y a qué se debe ello de que para adquirir conocimiento es menester abandonar las creencias?

Samir: Por mi parte. A qué prefiero ser consciente de mi esclavitud que ignorarla por completo.

Hugo: Pero si sois una persona completamente libre. ¿De que esclavitud habláis?

Samir: A que toda sociedad necesita de un régimen de poder en el cuál sostenerse. Y es el caso de las nuestras, tanto las vuestras como las de los árabes, que ese sistema de poder es la religión. Por lo cual, todas las leyes han sido construidas por esas religiones. ¿Ahora entendéis por qué digo esclavitud? ¿Entendéis el por qué es más fácil creer sin ver qué dudar de lo que se está observando?

Hugo: Comprendo… Pero. ¿A qué viene lo último?

Samir: Con mi última frase, hago alusión a qué la vida es mucho más fácil para las personas que creen ciegamente en un Dios, que las que no creen. Esto se debe a qué por un lado, los que no creemos en la religión, sabemos que estamos siendo reprimidos por ella; y también, sucede que puede resultarnos terrible la idea de que no haya nada después de fenecer. Aún así creo que prefiero vivir con la posibilidad de adquirir conocimiento, que morir en la ignorancia.

Hugo: En estos momentos me dejáis anonadado. Realmente no me esperaba poder vivir una experiencia como la que me propiciáis. Os lo agradezco.

Isaac: No tan rápido Hugo… ¿Qué acaso no notáis que os están persuadiendo para engañaros? Estos hombres deben ser fieles seguidores del demonio. Y no descansarán hasta poder arrastraros con ellos al abismo.

Hugo: No lo sé Isaac, creo que lo que dice Samir lleva algo de razón. A veces pienso que no todas las cosas estriban en el poder de un Dios. No todas las explicaciones rodean a un mismo ser todo poderoso.

Isaac: Parece que ya es demasiado tarde. Habéis sido corrompido por estos seres so deleznables.

Hugo: Sosiego mi buen amigo. Que tengo control completo sobre mi mismo. Samir, me decías que el conocimiento debe ser conseguido sin interferencia de la religión. Pero, por muy vergonzoso que resulte, aún no lo comprendo del todo. ¿Serías tan amable de explicármelo?

Samir: Por supuesto. Cómo la decía, la religión limita nuestras posibilidades de conocer más el mundo que nos rodea. Esto también sucede porque la religión es la base de toda política, la religión es la creadora de la moral y la ética que rige nuestra sociedad y cultura. Por ello; el hecho de investigar bajo la seguridad del la ley, genera que se pierda toda objetividad en la investigación y, de esta forma, nos basemos en la inútil subjetividad de un montón de fanáticos religiosos.

Ahman: Nada más cierto que lo que decís mi buen Samir.

Hugo: Realmente, me siento desnudo frente a tan amplio conocimiento.

Samir: Pues comenzad a vestiros; porque el don del intelecto sin cultura, es un don desperdiciado.

Isaac: Hugo. No puedo creer que estés dispuesto a traicionar a vuestros hermanos.

Hugo: No los traicionó… Solo siento curiosidad por lo que aún no conozco.

Isaac: Yo no pienso de esa forma, porque me lo dice mi sentido común.

Samir: Vuestro sentido común, también a sido construido por vuestra religión.

Isaac: ¡Silencio hereje! No oséis dirigirme la palabra.

Samir: Vuesamerced es uno de los muchos casos de miedo al cambio. El cuál aparece porque teméis cambiar vuestros hábitos, los cuales hasta ahora eran de gran comodidad. Tenéis miedo de lo desconocido, porque al aparecer repentinamente no sabéis cómo defenderos de la situación. O vuestra creencia en la religión es tan fuerte que habéis perdido la capacidad de razonar por vos mismo.

Isaac: ¡Como os atrevéis!… Creo que tenéis algo de razón… Ahora que decís algo tan específico, comienzo a entenderlo. Ciertamente, me aterra la idea de no saber cómo sobrevivir en una situación que puede tornarse difusa.

Hugo: Amigo mío. Ahora entendéis a qué me refería.

Isaac: Si. Aunque no voy a negar que en otros momentos he pensado en la posibilidad, de que todo esté tiempo, me hubiera estado equivocando.

Ahman: Es bueno que reconozcáis eso. Dado que implica que aún podéis pensar independientemente de vuestra religión.

Isaac: Aún así. No comprendo cómo es que un par de contrabandistas son tan sabios.

Ahman: En realidad. Samir es el único filosofo entre nosotros. Aunque ha tenido la gracia de enseñarme algunas cosas. Yo soy Ahman, el jefe de los contrabandistas. Samir es mi mano derecha, aunque está claro que se dedica sobre todo a filosofar.

(En ese momento, interrumpe en la estancia un guardia que proviene de afuera del fuerte)

Samir (al guardia): Pardiez. ¿Pero cuál es vuestro afán por entrar con tal prontitud?

Guardia: Mis señores, he de avisaros que el templó que dejamos atrás y que hasta el momento vigilábamos, está siendo atacado por Islámicos.

Ahman: ¿Y que tiene eso de extraño? Si el lugar estaba completamente desolado.

Guardia: Si. Pero como ví que estos dos templarios habían entrado en el fuerte. Supuse que les interesaría saber que, estos árabes religiosos, planean atacar a la orden del Temple.

Isaac: ¡Santo Dios! Pero de cuántas calamidades somos conocedores.

Hugo: Lo mejor sería partir hermano, antes de que suceda una adversidad.

Ahman y Samir: Os acompañarnos.

Isaac: ¿Cómo? ¿Por qué habrías de hacerlo, señores? Si está guerra en nada os afecta e, incluso, de meteros en ella podríais arriesgar bastante.

Ahman: Ciertamente. Pero Samir y yo creemos que ya empieza a ser momento de abandonar la filosofía y ponerse manos a la obra.

Samir: Efectivamente. Además, poseo el deseo de ayudaros porque os considero mis amigos. Me gusta vuestra forma de razonar lo críptico de la vida. Sobre todo como lo hace Hugo. Quizá, Isaac, algún día, os encontréis al mismo nivel que vuestro hermano; pero, para ello, debéis practicar más el pensamiento libre, que la razón cohibida.

Isaac: Voy a hacer como que no escuché la última parte. Especialmente, en el momento en el que, por poco, me llamasteis esclavo de mi religión.

Samir: Estos católicos jamás aprenden…

Hugo: No olvidéis que llevamos cierta prisa.

Samir: Por supuesto.

Ahman: En marcha señores.

Guardia: Voy a avisar a los demás hombres para que se preparen para el combate.

(Salen todos de la escena en el antiguo fuerte y se ponen en marcha para ir hacía la fortaleza del Temple. Cuando llegan, se encuentran con un escenario algo peculiar. Los Islámicos amenazan a los templarios para que estos entreguen todos sus tesoros y se rindan ante el único Dios verdadero; es decir, Alá. Por su parte, la mayoría de los templarios, lejos de intentar luchar, se prosternan y comienzan a rezar con la esperanza de que su Dios los asista y los salve de las garras de los herejes. En ese momento entran en escena, Ahman, Samir, Hugo, Isaac, el Gran Maestre, algunos Templarios, algunos Islámicos)

Hugo: ¿Pero que diablos sucede aquí?

Samir (con ironía): Vedlo por vos mismo, mi querido amigo. Los templarios son tan pacíficos que reniegan de la escaramuza. Un verdadero ejemplo a seguir.

Isaac: Ahora os burláis Samir. Pero créeme cuando os digo que los templarios no somos así. Algo extraño sucede.

Ahman: Si. Lo único que veo de extraño es que los árabes sean tan pacientes. Si de mi se tratase, yo ya habría arremetido contra todos estos hombres y sin piedad. Pero, aún así, se los quedan observando; supongo qué con tanto estupor como nosotros.

Gran Maestre (a sus hombres): Levantaos y luchad, malditos pusilánimes. ¿No veis que estamos muy cerca de caer a merced de estos herejes?

Un Templario: Pater noster, qui is in caelis…

Samir: Señores ayudadme a contenerme porque os juro que estoy a punto de caer en hilaridad. Uno no tiene el honor de ver una escena como está todos los días.

Isaac (iracundo): Ya habéis escuchado a vuestro maestro, levantaos y pasad a cuchillo a todos estos Islámicos.

Primer Islámico: ¿Vosotros entendéis algo de lo que balbucean estos hombres?

Segundo Islámico: En absoluto. Empiezo a creer, incluso que si no son ellos los locos; entonces, los que alucinan somos nosotros.

Primer Islámico: Aguardemos un poco a ver qué acaece. Si vemos que la situación no cambia, atacamos con todo lo que tenemos; a pesar de que sea más una carnicería que un combate con honor.

Gran Maestre: ¿No habéis oído lo que os he ordenado? ¿Cómo os atrevéis a no seguir órdenes de un superior?

Segundo Templario: Lo lamentamos, Gran Maestre. Pero hemos recibido órdenes del abate. Y esto implica que no debemos movernos. Que debemos rezar y que solo así nos salvaremos.

Gran Maestre: ¿Y en dónde está el abate?

Segundo Templario: Se quedó en el Templó; probablemente rezando.

Isaac: A mi esto me genera muchas dudas. Creo que el abate nos ha traicionado.

Gran Maestre: Hugo, Isaac; ya que habéis vuelto, id a buscar a ese maldito abate para que se retracte de la orden que ha dado.

(Salen de la escena Hugo y Isaac, para salir en busca del abate. Entre tanto, Ahman y Samir, toman la resolución de enfrentarse a los Islámicos y unir sus filas a las de los pocos templarios que se disponen a luchar)

Samir: Ya todos están en sus respectivos lugares, señor. Listos para matar a estos religiosos.

Ahman: Excelente Samir.

Samir (al Gran Maestre): Señor, si no la molesta, creo que nosotros podremos hacernos cargo de la situación.

Gran Maestre: ¿Pero quienes sois? ¿Acaso ángeles enviados por Dios en nuestra ayuda?

Samir (pensando): Definitivamente con estos hombres nunca podrá mantenerse una conversación meramente racional. (En voz alta hacia el Gran Maestre) En efecto, hemos sido enviados por vuestro señor Jesucristo.

Gran Maestre: ¡Alabado sea Dios!

Ahman: Samir. Supongo que ya estaréis listo.

Samir: Así es, pero… Me parece haber visto a alguien que conozco al fondo del ejercito enemigo. Si, en efecto, se trata de Salim, mi hermano.

Ahman: Un momento… ¿Vuestro hermano de sangre?

Samir: Así es.

(En ese momento el ejercito de los Islámicos se habré para dejar pasar a Salim. Ambos hermanos se juntas para hablar y se enteran de cosas muy interesantes.)

Samir: ¡Hermano! Hace tanto que no os veía. ¿Cómo habéis estado? ¿Qué habéis hecho estos últimos años? Que para mí, por cierto, me han parecido una eterna separación.

Salim: Mi querido hermano. Debéis saber que el sultán ha caído. Ya sabéis, Ali Bajá. Y que ahora el poder lo detenta su hermano Halam.

Samir: Pero que sorpresa más grata. Si no mal recuerdo, Halam es un hombre menos tradicional que su hermano, en cuestiones religiosas.

Salim: Así es hermano. De hecho, este ejercito, que ha sido encomendado a mi dirección; es completamente apostata de su religión islámica.

Samir: Pero eso es imposible. De lo contrario no habría venido a atacar a los templarios.

Salim: Eso se debe a otro asunto. Os lo explicaré. Se trata de una venganza por parte de Halam, en contra del abate de los templarios; debido a una riña que estos dos tuvieron hace unos años.

Samir: Pardiez. Me parece que recién dos amigos míos salieron en busca de ese abate. Es posible que lo encuentren, así lo espero. Por otro lado. Si no se trata de una indiscreción que lo pregunté. ¿Cuál es el plan que tiene Halam para con ese abate?

Salim: Nada más simple que su captura. Lo encarcelara uno o dos años y lo dejara en libertad. Ya sabéis que el nuevo sultán es mucho más indulgente que el anterior. Y nunca se atrevería a dañar a alguien de las maneras, consideradas tradicionales, de la cultura Islámica.

Samir: Me parece un excelente Sultán. Os deseo lo mejor a vuestro rey y a vos hermano.

Salim: ¿No pensaréis que después de este encuentro os dejaré ir o si?

Samir: Ya sabéis que mi vida consiste en el contrabando y en la filosofía. En nada más.

Salim: Pero hay algo más que no os he contado. El Sultán Halam, desea vuestro regreso, porque necesita de vuestra filosofía. La considera un avance prodigioso para la sociedad. Además dice que, también requiere el servicio de vuestros amigos los contrabandistas. Porque ellos son, según su excelencia, los que mejor podrían mover la mercancía y mejorar la economía. Ofreciéndoles cuadriplicar sus ganancias.

Samir: Si es así. No habrá quién se niegue a tan dichosa oferta. Pero he de arreglar unos asuntos antes de volver con vos hermano. Se trata de unos hombres que hemos conocido hace poco y deseó que nos acompañen.

Salim: Tomaos el Tiempo que necesitéis hermano. Os espero.

(En ese momento. Ya todos, tanto Templarios, como contrabandistas y Apostatas Islámicos, se habían percatado de que no habría una batalla ese día. Cómo resultado, se dispusieron a dispersarse por la zona para evitar importunarse unos a otros. En un momento, vieron aparecer por la puerta del templo a Hugo y Isaac, que llevaban por la fuerza al abate.)

Isaac: Aquí lo tenéis Gran Maestre.

Gran Maestre: Parece que ahora ya no me pertenece el derecho sobre este hombre. Creo que vuestro amigo Samir os busca.

(Hugo y Isaac, se acercan a Samir llevando a rastras al abate)

Hugo: ¿Nos buscabais?

Samir: Así es. Veo que habéis capturado a este pequeño rufián. Pues bien, he de decir que, aunque pueda parecería terrible vuestro destinó señor abate; es bastante mejor de lo que se esperaría del antiguo sultán.

Isaac: ¿De quién?

Samir: Del antiguo sultán. Pues, Halam el nuevo ha tomado el poder y requiere Mis servicios y el de los contrabandistas. Pero no deseo abandonaros a ustedes. Me gustaría que me acompañases en esta aventura. Yo he vivido en vuestro país durante años. Creo que ustedes deberías hacer otro tanto y ver qué os depara el futuro.

Isaac: No lo sé… Creo que este es nuestro hogar y aquí nos encontramos más cerca de nuestro Dios.

Hugo: Por mi parte, no lo dudéis Samir. Os seguiré.

Isaac: ¿Qué? ¿Acaso me abandonáis? Creí que erais mi hermano.

Hugo: Lo soy, y no os dejo a vos; si no que me alejo de aquello a lo que jamás me acostumbré y que Samir le llama represión. Soy un hombre de pensamiento. Quiero dedicarme a vivir mi vida con la libertad de creer en lo que yo quiera; no en lo que otro me presenté delante de los ojos. Por ello Isaac, hermano mío, os ruego que me acompañéis. Sin vos no sería lo mismo.

Isaac: Bien, creo que puedo intentarlo. Además, en caso de no acostumbrarme a los Islámicos, siempre puedo hacer un pequeño viaje a Jerusalén; en dónde seguro me sentiré a gusto.

Samir (a su hermano): ¿Creéis que podríais darle un puesto decente a Isaac en vuestro ejercito? Se rumorea que es un gran guerrero. En cuanto a Hugo, de el me encargo yo; le enseñaré todo lo que se y he aprendido con el Tiempo.

Salim: No creo que exista ningún inconveniente para lo que me pedís hermano. Dadlo por hecho.

Samir (a Isaac y Hugo): Ya estamos prestos a salir. Así que despediros de vuestros Gran Maestre y de vuestros hermanos.

(Así lo hicieron, Isaac se despidió con bastante tristeza de sus hermanos; mientras que Hugo lo hizo con cierta frialdad, algo razonable en personas que se vuelven apócrifas. Luego se reunieron con Samir y partieron rumbo a Arabia. Un destino que haría rico a uno en conocimiento y a otro en poder y dinero. Lo que nos permite decir, que ninguno de los dos se arrepintió de la decisión que habían tomado en el último momento de esta historia.)

Categorías: Cuentos

1 Comentario

Nano belmont · 16 septiembre, 2021 en 9:54 pm

Me gusto mucho!!! Es entretenido, tiene buen ritmo, es una historia corta pero profunda, el nivel de lenguaje medieval me gusto ya que no se vuelve difícil de leer una obra de arte gracias!!!

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