Por Diego Calp
Acto I:
Escena primera:
En un palacio de la ciudad de Cartagena. Una fiesta. Marquesa de Barcelona, Baronesa de Cartagena, Francesco, dos militares, el Conde de Gibraltar y el resto de los invitados.
(Entran en escena los invitados, Francesco y los dos militares. El conde de Gibraltar entra después y se reúne con Francesco.)
Francesco: Tal parece que somos los primeros en llegar. ¿Qué os parece a vosotros señores?
Militar 1: Una calamidad. Pues, ¿quién ha de darnos la bienvenida?
Militar 2: En efecto. Ni la dueña de casa ha llegado.
Conde de Gibraltar: (se acerca hacia Francesco). Pero que sorpresa tan grata me dispensáis con vuestra repentina aparición caballero.
Francesco: ¿De que habláis conde? Si sois vos quien recién llega a aliviarnos el hastío que sentimos. Sin vuestro acto de presencia, habríamos tenido que realizar un duelo para elevar tan bajos ánimos como los que rondan en esta lúgubre mansión.
Conde de Gibraltar: Mi señor, creo que exageráis con tanta lisonja. Mi presencia no es más que una entre otras tantas. Más, habida cuenta, que pronto aparecerá la marquesa de Barcelona, famosa entre muchas por su espléndida belleza; y, por otro lado, la Reina de este castillo, la baronesa de Cartagena.
Francesco: Parece que vuestras palabras llevan alguna magia; porque, o mucho me equivoco, o esa que entra es la marquesa de Barcelona.
(Entra la marquesa de Barcelona luciendo un vestido suntuoso en demasía. Tras ella, hace acto de presencia la baronesa de Cartagena, quizá no tan elegantemente ataviada, pero no por ello menos sublime.)
Conde de Gibraltar: (a Francesco y los dos militares). Señores, si me disculpáis, iré a presentar mis respetos a estas dos damas.
(Se separa de ellos el conde y se acerca primero a la baronesa y luego a la marquesa)
Baronesa de Cartagena: Señor conde de Gibraltar. Hacéis un gran honor a mi casa al presentaros.
Conde de Gibraltar: Al contrarió señora. Es de vuesamerced la probidad al invitarme.
(Se acerca la marquesa de Barcelona)
Marquesa de Barcelona (al conde): Señor. ¿Es verdad eso que se rumorea de que la campaña militar contra los ingleses, si no terminada, al menos evoluciona de forma prodigiosa en nuestro favor?
Conde de Gibraltar: Buenas noches, señora. Nada más cerca de la verdad. El puesto de avanzada está teniendo un éxito necesariamente envidiable para los ingleses.
Baronesa de Cartagena: ¡Oh! Señor conde. Es usted todo un gallardo.
(En ese momento, aparecen un grupo de criados que empiezan a convidar a los invitados con las exquisiteces gastronómicas de la casa. Uno de ello se acerca al grupo del conde.)
Criado: Disculpadme señor. ¿Gustáis de beber vino de Oporto?
Conde de Gibraltar: Por supuesto. Siempre y cuando no lleve pólvora.
(Retirose el criado)
Marquesa de Barcelona (al conde): ¿Me preguntaba señor si me haríais el honor de acompañarme a mi casa cuando termine la reunión?
Conde de Gibraltar: Será un placer, señora.
Baronesa de Cartagena: Ruego que me disculpéis ambos. Pero como dueña de casa estoy obligada a ir a saludar a mis invitados.
Conde de Gibraltar y marquesa de Barcelona: Hasta luego, señora.
Marquesa de Barcelona: En cuanto a mí. También debo separarme de vos por un rato, veo que unos conocidos requieren de mi presencia del otro lado de la sala. ¿Nos vemos a la salida?
Conde de Gibraltar: Por supuesto. Estaré ahí a eso de las dos.
(Se separan y el conde de Gibraltar vuelve con sus compañeros del ejercito. La marquesa por su parte se dirige hacia dónde indicó.)
Francesco (a los dos militares): Ahí vuelve el señor de Gibraltar, tal parece que ha tenido éxito con las damas.
Conde de Gibraltar (a Francesco): En efecto, resultó un buen lance. A la salida me espera la marquesa.
Francesco: Os felicito mi querido amigo. Pero… no olvidareis que mañana, cerca del alba, debemos reunirnos para tomar las imperiosas decisiones sobre el destacamento que debemos confirmar y en qué parte del frente lo colocaremos ¿verdad?
Conde de Gibraltar: Mañana a primera hora me reuniré con vuestra merced. Os lo prometo.
Francesco: Ese que esta franqueando la entrada. ¿No es el obispo de Calpe?
Conde de Gibraltar: ¡Maldición! Es él (se aproxima al obispo y le dirige un saludo con insolente sarcasmo). Sea bienvenida vuesa excelencia y que sus designios celestiales sean propicios para el porvenir de todos los presentes aquí.
Obispo de Calpe (con postura y semblante altivo): ¡Cuánta ironía!
Conde de Gibraltar: Cuánta altanería…
Obispo de Calpe: ¡Idos al…!
Conde de Gibraltar (interrumpiéndolo): Cuidado señor, no querréis blasfemar. No olvidéis que es un pecado.
Obispo de Calpe: Y vuesamerced no olvide que ya tiene un pie en el infierno.
Conde de Gibraltar (con expresión de una irónica perfidia): O, no os preocupéis. Creedme que ya sabía sobre mi dichoso destino.
(Sale el obispo de Calpe de la escena y el conde de Gibraltar vuelve con sus compañeros. En ese momento Francesco les está hablando sobre la guerra, la muerte y el mal del mundo; cosas que resultan de gran agrado para el conde.)
Francesco: Nuestra realidad es caótica. No soporto los aciagos de la guerra, ¿tanto mal hay en el hombre para que esté decida, que, para conseguir un fin, es menester eliminar a otros?
Conde de Gibraltar: Vos lo habéis dicho, mi buen Francesco. Nuestra realidad. Ya que cada persona percibe la realidad de forma distinta, por lo cual lo que para vos Francesco sea verdad para otros quizás no lo sea; y de esta forma atañe también al bien y al mal.
Francesco: ¿Y como es eso posible? ¿Que acaso hay algún ser humano al que le parezca loable matar a otros?
Conde de Gibraltar: No solo hay hombres, sino culturas enteras que lo ven de esa forma. Fijaos que, en realidad, el bien y el mal solo adquieren significado según sus límites geográficos. Sucede frecuentemente con los pueblos indígenas, de los cuales algunos ven al canibalismo como una forma de alimentación prodigiosa; y así ofrecen a la providencia sacrificios humanos y liban seguramente con su sangré.
Francesco: ¡Que horror! No me gustaría caer en sus manos, ni siquiera estando bien armado. Hablabais de la verdad, conde, ¿a qué os referíais?
Conde de Gibraltar: Pues, yo creo que no existe tal cosa como una verdad absoluta. Que en el mundo la verdad depende del significado que uno le de. Es decir, de nuestras ideas. Todos los seres humanos somos diferentes y, por ende, tenemos diversos pensamientos y creencias. Estas nos llevan a interpretar o procesar lo que percibimos de nuestra realidad social; haciendo nacer las verdades, que terminan por constituir nuevas ideas; hacer las que ya teníamos más fidedignas o hacernos cambiarlas por completo.
Francesco: Sublime, todo lo que decís. ¡Pero, conde! ¿Qué hacéis de teniente en el ejército? Con vuestra sabiduría, deberías dedicaros a formaros como un sabio.
Conde de Gibraltar: Mi querido, de todo lo que acabo de contaros, se resume algo muy simple; todos somos sabios.
Francesco: Eso no es posible.
Conde de Gibraltar: Es lo que oyes. Cómo ya venía diciendo, si todos percibimos de forma distinta la realidad y discutimos diversas verdades. Eso implica que somos sabios de nuestra propia existencia, tenemos formas de explicar nuestra propia realidad; conceptos que probablemente no sirvan para comprender la realidad de los otros, pero si la nuestra propia. Imaginaos, el conocimiento es infinito y todos somos sabios. Cada uno de nosotros, nos iremos abriendo camino hacia diferentes conocimientos a través de nuestra interpretación subjetiva; que inscribe, con su fortuita pluma, la realidad en nuestras mentes.
Francesco: Perdonad mi ignorancia. Pero no comprendí una sola palabra.
Conde de Gibraltar: Más tarde os lo volveré a explicar, ahora hay una marquesa que me espera en el umbral de la puerta.
Acto 2:
Escena Primera:
Conde de Gibraltar, Francesco, dos oficiales, doce cabos y soldados ingleses enemigos.
(Todos los personajes se encuentran en pleno campo de batalla, ora organizando el ataque ora luchando para salvar la vida. Luego, cerciorándose de que están por vencer al enemigo, y que este se está replegando, retornan a su campamento.)
Francesco (a caballo, espada en mano): Conde, ¿cuáles son vuestras órdenes?
Conde de Gibraltar: Destino incierto nos espera. Veo al ejército enemigo y pierdo el último ápice de sosiego que tenía. (Avizora el campo de batalla unos segundos más y luego mira a Francesco.) ¿Están dispuestos los hombres como os lo pedí? Sabed que es imprescindible que así sea.
Francesco: Como me dijisteis. Somos en total cien mil; hay diez jefes que dirigen a diez mil; luego, dentro de cada grupo de diez mil, hay otros diez jefes que dirigen a mil; otros diez, dentro de dichos grupos, que dirigen a cien; y, por último, diez que dirigen a diez. ¿Es correcto? ¿O he fallado en mis cálculos?
Conde de Gibraltar: La táctica es perfecta.
Francesco: ¿Dónde habéis encontrado una distribución tan eficiente?
Conde de Gibraltar: Aún no conocemos su eficiencia. Está formación fue utilizada hace quinientos años por Kublai Khan, emperador de Mongolia. Y parece que, a pesar de las adversidades de la guerra; por medio de este sistema lograron vencer a sus oponentes.
Francesco: Eso me anima a actuar. Estoy pronto señor.
Conde de Gibraltar (se da vuelta, posa la vista en todos y grita frenéticamente): ¡En marcha! (Retorna con la vista al frente, y espuela con vehemencia su caballo poniéndose al frente del ejército).
(Comienza la batalla. La lucha muestra un panorama sanguinario, con diversos grupos de soldados cumpliendo con su labor; algunos pies a tierra, espada en mano; otros a caballo, como Francesco, pasando a cuchillo a todo aquel con quiénes se topan en plena carrera.)
Francesco (dando sablazos a diestra y siniestra): ¡Ah! ¡Malditos perros! Ya veréis como es España en la guerra. Y si, algunos pocos de vosotros llegáis a sobrevivir, anunciaremos a sus superiores de que os conviene, ante todo, tener a nuestro país de aliado. Pues ya hemos hecho otro tanto en los mares y somos nosotros los principales dirigentes de los siete mares; no vosotros, malditos ingleses; tampoco Francia, que el diablo se los lleve también. Hoy, muchos de vosotros conoceréis a Virgilio, y seréis conducidos y presentados por el a Lucifer.
Conde de Gibraltar (que alcanza a Francesco en el momento en que pronuncia estás palabras): Pardiez, mi querido Francesco, pero que manera de imprecar la vuestra. ¿Acaso no sabéis que los ingleses también son católicos?
Francesco: ¿Ellos? En absoluto. Profesan un catolicismo hereje, que cada día envilece más. Y no les daré la oportunidad de crecer, hoy se reunirán con su maestro; es decir, Mefistófeles. Ningún hereje, merece la vida.
Conde de Gibraltar (atraviesa a un inglés de un balazo): Yo soy un hereje…
Francesco: ¿Cómo? ¿Dijisteis algo? Es que no os escuché muy bien.
Conde de Gibraltar: Que soy un hereje, maldición, al menos según lo que piensan la mayoría de ustedes los católicos.
Francesco: Conde, os dais cuenta de que esté es un mal momento para porfiar sobre estos asuntos. Cuando triunfemos y terminemos con estos ingleses, podremos reunirnos en el campamento y conversar sobre todo esto; que, ya de por sí, bastante atónito me deja.
(Pronunciadas estás palabras, se lanzan al ataque y la escena finaliza con los soldados ingleses huyendo despavoridos del campo de batalla. Por su parte, los españoles retornan al campamento.)
Escena Segunda:
Conde de Gibraltar, Francesco, soldados españoles.
(En el campamento)
Francesco (al conde de Gibraltar): A ver si ahora me explicáis bien a qué os referíais durante la escaramuza.
Conde de Gibraltar: Creo que ya sabéis de qué se trata, solo que la negación está actuando sobre vos. No os agrada la idea de que yo sea un hereje.
Francesco: Quizá…, pero lo que no me explicó es como una persona con esos pensamientos puede llegar a ser capitán del ejército español. Si el Rey se enterase.
Conde de Gibraltar: Creo que el Rey sería el menor de mis problemas; más bien, yo me preocuparía por el Santo Oficio. Pero eso carece de importancia, departamos sobre mi caso.
Francesco: Sería lo mejor, pues ya me acosa la intriga. ¿A qué se debe, pues, vuestra presunta perversidad?
Conde de Gibraltar: Ni presunta, ni perversidad. Además, ¿por qué lo decís de esa manera?
Francesco: Porque sois una de las personas más magnánimas que conozco, y bajo ninguna circunstancia creeré que poséis una sola pisca de maldad en vuestro ser.
Conde de Gibraltar: Creo que erráis en la concepción que tenéis de mi persona. Pues, es justamente la naturaleza la que nos enseña que a pesar de toda la supuesta bonhomía que sea capaz de desplegar una persona en sus actos, está jamás será perfecta y siempre cometerá alguna acción no exenta de transgresión.
Francesco: Que forma más extraña de dialogar… ¿Por qué habláis a partir de un supuesto y utilizáis el eufemismo de “transgresión” para referidos al mal?
Conde de Gibraltar: Porque para mí, el bien y el mal, son simples construcciones sociales.
Francesco: Pero… Pardiez, ¿cómo decís algo así? Si el mal es observable en cada acción del ser humano que peca.
Conde de Gibraltar: Mi querido amigo, no veís más allá de lo que os han enseñado durante toda vuestra vida y de lo que sois incapaz de dudar porque estáis completamente convencido de su existencia.
Francesco: Pero si una persona mata a otra, ¿acaso no podría ver la injusticia que hay en ello?
Conde de Gibraltar: Lo habéis aclarado todo con una sola palabra, “Justicia”. En efecto, se trataría de una injusticia, ya que la persona que ha fenecido tenía derecho a vivir su vida libremente; pero la concepción de justicia no es análoga a la de bien y mal.
Francesco: ¿Y cuál es la diferencia tan evidente que ves en ello?
Conde de Gibraltar: Es cuestión de limitaciones. Con la supuesta existencia del bien y del mal, debemos atenernos al sufrimiento de la culpa y a la esclavitud que nos deparan, por un lado, las religiones y por otro, el estado; que bien incluso, podrían constituirse como única cosa, ya que la religión es la madre de todas las leyes.
Francesco (algo encolerizado): ¡Ah! Por supuesto, eso lo decís porque a vos no os a pasado nada de eso, señor. Pero si os hicieran daño o a algún ser querido os lo aseguro, cambiarias de idea al instante.
Conde de Gibraltar: Por supuesto, si algo de dicha naturaleza me ocurrirá, probablemente reaccionaria como cualquier otra persona; pues, aún sigo siendo humano y, por ende, sensible a tales situaciones. Pero por medio de la filosofía uno es fuerte, y puede comprender cualquier cosa que negaría luego si la conveniencia se lo dictara; pero no por ello dejaría de creer en lo que creo, sino que el abandono de dicho pensamiento sería el fruto de la persuasión o la amenaza de otro hacia uno mismo.
Francesco: Quizás, si no fuera tan fanático…, lograría comprenderos…
Conde de Gibraltar: El simple hecho de reconocer la obsesión que uno tiene, para con una religión, es un avancé muy grande mi querido Francesco.
Francesco: Es posible. Aunque, tal vez, en parte mi flexibilidad pueda deberse a qué mis orígenes son italianos y no españoles. Pienso que el español es un tanto más ortodoxo.
Conde de Gibraltar: No os apresuréis tanto, aún seguís siendo bastante ortodoxo y para hablar de “flexibilidad”, aún necesitáis sortear bastante obstáculos para llevar tal apelativo.
Francesco: Creo que prefiero evitar a toda costa dirigirme hacía las lóbregas zonas del pensamiento a las cuales os referís. Pienso que puede ser muy peligroso penetrar esos abismos.
Conde de Gibraltar: ¿A sí? ¿Entonces preferís seguir repitiendo una y otra vez la misma letanía como un pusilánime, en vez de enteraros si todo lo que hacías hasta este momento tenía un sentido real? ¿O si, en realidad, no era más que una simple alienación que no os permitía disfrutar de vuestra libertad?
Francesco: ¡Maldición! No puedo creer que habléis así de una libertad que, gracias a Dios, ya poseemos.
Conde de Gibraltar: No blasfeméis que eso os llevará directo al infierno.
Francesco: Oh, pero si es verdad… (se prosterna en la tierra e inicia una plegaria).
Conde de Gibraltar: Ahí tenéis tu libertad, ni siquiera podéis decir algunas palabras sin tener que, segundos después, retractaros de haberlo hecho. Lamentable… Pero, de verdad… ¿realmente renegareis de la filosofía?
Francesco: No lo sé…, pero por ahora lo más probable es que sí. Por otra parte, dudo mucho que sea sencillo dejar de lado ciertas creencias para comenzar a establecer unas nuevas.
Conde de Gibraltar: Así es, resulta harto complicado conseguir cambiar nuestras ideas. En algunos casos, hasta es abstruso; ya que se enfrentan los pensamientos tradicionales a los nuevos y uno comienza a dudar si realmente siente que se aventura por buen camino.
Francesco: Supongo que me ayudaría a franquear estos problemas.
Conde de Gibraltar: Podría hacerlo, aunque creo que lo mejor es qué recorráis el camino por vos mismo. Así estaréis seguro de que os resulta más interesante para empezar.
Francesco: De tanto departir, creo que nos hemos olvidado por completo de nuestras obligaciones…, e incluso más, de nuestros rangos. He estado tratando a vuesamerced de vos, cuando debía haberos tratado con lo que corresponde a vuestra título. Pido disculpas por mi insolencia.
Conde de Gibraltar: No os preocupéis por las banalidades mi querido Francesco. El título, entre otras tantas cosas de las sociedades, es una invención de la propia iglesia. Aún así, no negare que me agrada ser parte de la alta nobleza. En cuanto a vos Francesco, sois mi amigo, por lo que no debéis preocuparos.
Francesco: Al menos mantendré las formalidades cuando estemos en presencia de otros; mientras que en confidencia aprovechare la probidad de la que me hacéis participé, la de poder trataros de vos y ser vuestro amigo.
(Finalizando estos coloquios, la escena comienza a oscurecer, lo que da paso a la noche, por lo ambos se retiran a sus respectivas tiendas de acampar para descansar. Pues a sido un día tedioso y por la mañana les espera una estancia análoga en el campo de batalla.)
Escena Tercera:
Conde de Gibraltar, Francesco, Lord Strand, soldados españoles y soldados ingleses.
(La batalla comienza a primera hora. Al principio el frenesí de los soldados españoles es tal que comienzan a mermar rápidamente al enemigo. Esta carnicería, realizada por los españoles, suscita la pronta rendición de Lord Strand; quien es el general que dirige a los ingleses.)
Conde de Gibraltar: Bien, según lo que atisbo a estás alturas, parece ser que los ingleses siguen la misma rutina de desorganización que demostraron la última vez. Amplia es la ventaja que detentamos sobre el desenlace de esta batalla… ¡Ánimo mis soldados! Pronto habremos erradicado a estos pusilánimes y nos hallaremos libando por nuestra victoria.
(Un grito estentóreo procedente de miles de gargantas cubrió el campo, haciendo que a los ingleses se les erizará la piel. Pues estaba claro que, si hasta el momento los ingleses estaban decididos a luchar, no tardaría mucho en llegar la desmoralización a sus sentimientos.)
Conde de Gibraltar (a Francesco): Debemos llevar a cabo la misma estrategia de siempre; ya sabéis, cada grupo de hombres con sus respectivos oficiales.
Francesco: ¿Es realmente sensato repetir el proceder dos veces?Habida cuenta, de que apenas han pasado unos días desde que luchamos en este mismo lugar. ¿No pensáis que puedan tendremos una trampa?
Conde de Gibraltar: Dudo mucho que tengan la fuerza suficiente para ello. Es más probable que sus pobres comandantes estén discutiendo como reducir los pensamientos díscolos de sus soldados; que a estás alturas deben estar bastante irresolutos acerca de si emprender la escaramuza contra nosotros.
(Comienza la reyerta, los españoles avanzan con excelsa impetuosidad y derriban a varios soldados enemigos que caen como lluvia de sus caballos.)
Francesco: ¡Ya casi los tenemos en dónde los queríamos! ¡Mueran malditos perros! ¡Que Mefistófeles se los lleve a lo más inhóspito, profundo y lóbrego de la tierra!
Conde de Gibraltar: ¡Por Dios! Francesco. ¿No sois capaz de execrar con menor ímpetu? Nuestros enemigos están en la misma situación que nosotros, se un tanto más reverente, actuar como un caballero.
Francesco: Estos herejes… Estos ingleses no merecen el respeto de nadie.
Conde de Gibraltar: Reciben órdenes igual que nosotros. De un Rey al que solo le interesa el éxito sin importar el costo.
Francesco: ¡Un segundo! ¿Oís eso? Parece que los hombres han frenado la contienda. Si, si; ahí se ve que se aproxima una bandera blanca. Viene… ¿en nuestra dirección?
Conde de Gibraltar: Así lo aparenta. Por supuesto, se trata de lord Strand y su escolta.
(Lord Strand hace acto de presencia ante el conde y Francesco)
Lord Strand: Señores… A pesar de que lamento mucho que las cosas deban ser así, aquí me tenéis… nos rendimos ante vosotros.
Francesco (en un aparte con el conde): Ahora que lo tenemos en nuestras manos, es un excelente momento para ejecutarlo; o cuando menos, para apresarlo y llevárnoslo como esclavo a algún lugar.
Conde de Gibraltar (a Francesco en el aparte): No podemos ejecutarlo si se ha rendido, sería una alevosía y una deshonra grave. Por otro lado, ¿por qué deseáis esclavizar a este noble hombre?
Francesco: ¿Por qué? Pues, porque los ingleses hacen lo mismo con nuestros soldados españoles. Es la única forma de vengar a los que perdimos.
Conde de Gibraltar: A veces creo que la naturaleza nos doto, como animales sociales que somos, de la capacidad de cohibirnos mutuamente. Entiendo vuestras razones, mi querido amigo, pero hoy no será así; hemos ganado y eso será suficiente honor para España.
Francesco: No os cansáis de ser un buen hombre, ¿verdad?
Conde de Gibraltar: No es cuestión de bondad, sino de justicia. (Hacia Lord Strand). Señor, aceptamos vuestra rendición, pero tendréis que acompañarnos.
Lord Strand: Comprendo…, pero ¿qué hay de mis hombres?
Conde de Gibraltar: No os preocupéis por ellos, los dejaremos marcharse.
Lord Strand: Estoy a vuestra disposición.
Conde de Gibraltar (a sus hombres): ¡Un carruaje por favor!
Soldado español: ¿Qué clase de carruaje?
Conde de Gibraltar: Cualquiera…, no tiene importancia.
Soldado español: Tenemos birlocho, cabriolé, calesa, cupé…
Conde de Gibraltar: Si, si, si… El cupé está bien. Ahora en marcha señor Strand, el rey nos espera.
Lord Strand: Solo espero que no me reciba con una actitud irascible en demasía.
Conde de Gibraltar: No os preocupéis; el rey es benevolente. (Pensando) ¡Pardiez! Pobre hombre…, si se enterase…
(Suben al cupé y parten al galope hacia Castilla.)
Acto 3:
Escena primera:
Rey, Reina, Consejero, cortejó, orquesta, Enrique.
(El Rey se encuentra plácidamente sentado en su trono, a su lado la Reina. En frente el consejero escucha sus deseos y aconseja al Rey. La orquesta toca una música leve y el cortejó se encuentra disperso por toda la sala.)
Consejero: Su excelencia, acabo de recibir muy buenas noticias del campo de batalla. Parece ser que el conde de Gibraltar venció al enemigo y está en camino con Lord Strand.
Rey: Excelentes noticias, por fin tendré a Lord Strand en mis manos. Cuando eso suceda, que no tardará mucho, lo ejecutaremos.
Consejero: Pero, mi señor… Si vuesamerced ejecuta públicamente a aquel noble, la guerra se desatará nuevamente y las hecatombes destruirán toda España.
Rey: Acaso pretendes decir que… ¡O, maldición! ¡Callad esa orquesta infernal! No consigo formar una sola idea con tan estentóreos golpes. ¡Largo de aquí!
(Con pesadez y frustración, los músicos se retiran de la sala)
Rey: Me decías…
Consejero: No os preocupéis, no me refería a que desistieseis de matar a Lord Strand, sino que, simplemente, evitaseis anunciar su muerte. Os recomiendo hacer una ejecución privada, a la cual, si así lo deseáis, podréis invitar a toda la nobleza.
Rey: Mmm… Tenéis mucha razón, mi consejero. Pues, ¿cómo no ibais a tenerla? Si después de todo, por eso lleváis tal cargo.
Reina: O querido… Será un espectáculo digno de ver… Pero… ¿realmente creéis menester llegar a esos extremos. ¿No podríamos simplemente encerrarlo? Lo que es seguro es que deberíamos agradecer a ese conde por el trabajo que a realizado.
Rey: ¿Y arriesgarme a qué ese hombre se libere y trame su venganza? Por supuesto que no. Por otro lado, en cuanto al conde, lo que decís es probable… Aún así, este no me infunde la suficiente confianza. Pues me he enterado de buenas fuentes que es un apostata que se dedica a detractar nuestra sagrada religión.
Reina: Y, ¿que haréis con el, querido?
Rey: Lo mismo que con Strand. Es más, cuando llegue aquí apresaremos a ambos. ¡Silencio!… Ahí viene el ayuda de cámara.
(Entra Enrique, el ayuda de cámara)
Enrique: Su alteza, el señor Strand lo espera del otro lado de la puerta.
Rey: ¡Excelente! El conde de Gibraltar viene con el ¿verdad?
Enrique: No precisamente. Se trata de su segundo, Francesco.
Rey: Hacedlos pasar a ambos.
(Se retira el ayuda de cámara, y unos segundos después, hacen acto de presencia Lord Strand y Francesco)
Rey (mintiendo): Lord Strand, es un honor tenerlo en mi presencia. Lo hemos estado esperando con ansias.
Lord Strand: Sus altezas…, el honor es todo mío.
Francesco: Sus señorías, os entrego a este hombre de parte del conde de Gibraltar, quien me envía. Pues, desgraciadamente se ha tenido que ausentar por cuestiones imperiosas.
Rey: No os preocupéis Francesco. Al menos, decidnos que tendremos el honor de verlo en algún momento.
Francesco: Por supuesto, mi señor. Dentro de unos días estará en vuestra presencia.
Rey: Muy bien. Hasta luego Francesco.
Francesco: Os deseo lo mejor altezas.
(Se retira de la escena y finaliza el tercer acto.)
Acto 4:
Escena Primera:
Conde de Gibraltar, marquesa de Barcelona y criada.
(Ni bien se separó de Francesco, el conde de Gibraltar partió hacia la mansión de la marquesa de Barcelona para anunciarle su éxito en la guerra y pasar tiempo con ella.)
Conde de Gibraltar (golpea el postigo de la puerta): Solo espero que se encuentre en casa.
Criada (abre la puerta): ¡Ah! Conde, ¡sois vos! La marquesa se encuentra tomando el té en su alcoba. Pasad por favor.
(Entra a la casa y la criada anuncia a la marquesa de su presencia, para luego introducirlo en la estancia.)
Marquesa de Barcelona: ¡Conde! ¿A qué se debe este honor? ¿No os encontrabais en la guerra?
Conde: Así era mi preciosa marquesa. Todo ese tiempo que estuve separado de vuestra presencia, fue una tortura. Pero al fin me encuentro aquí, y no me volveré a separar de vos nunca más.
Marquesa de Barcelona: Pero que romántico que sois. Me aduláis con vuestras palabras, que suenan aún mejor que la música del más célebre de los compositores actuales. Os extrañe tanto…
Conde de Gibraltar: Ya no puedo soportarlo más señora… ¡Casémonos! Debemos hacerlo, y así no volveremos a alejarnos el uno del otro.
Marquesa de Barcelona: Pero conde, ¿y vuestras batallas? Si no os separáis de mi presencia, no podréis luchar más.
Conde de Gibraltar: Todas mis guerras ya han sido ganadas. Está última fue la más dura, pero hemos vencido. Lo he atrapado, al fin.
Marquesa de Barcelona: ¿A quien habéis capturado? ¿De quién habláis?
Conde de Gibraltar (con enorme jubiló): ¡A Lord Strand!
Marquesa de Barcelona: A Lord Strand… (se desvanece y cae exánime en la cama.)
(El conde, sin esconder su sorpresa, llama a gritos a la criada para que lo ayude a reanimar a la marquesa. Pasan dos horas hasta que vuelve en sí.)
Conde de Gibraltar (observa a la marquesa que despierta): Señora, ¿cómo os encontráis?
Marquesa de Barcelona: ¡Terrible! Señor mío. No puedo creerlo.
Conde de Gibraltar (consternado): Lo lamento, señora… No entiendo a qué os referís.
Marquesa de Barcelona: Ni tenéis por qué saber. El caso es que, por más que esto os resulte harto deleznable, tendré que contároslo. Pues es el último atisbo de esperanza que tengo.
Conde de Gibraltar: Nada que me contéis podría afectarme negativamente señora. Pues os amo, y deseo que seáis mi esposa.
Marquesa de Barcelona: Yo también… Pero, ¿podríais ser el esposó de la hermana de vuestro enemigo?
Conde de Gibraltar: ¿A qué os referís señora?
Marquesa de Barcelona: Me refiero a que Lord Strand es mi hermano.
Conde de Gibraltar: ¿Cómo es eso posible? Pero si él es inglés.
Marquesa de Barcelona: ¿Estáis seguro de que lo es? No le habéis escuchado hablar lo suficientemente.
Conde de Gibraltar: Ahora que me lo contáis, recuerdo que en su habla había algo de diferente… ¡Si! Es verdad, su acento era algo extraño.
Marquesa de Barcelona: Lamento mucho que todo esto haya acaecido.
Conde de Gibraltar: No os preocupéis marquesa. Todavía tenemos oportunidad de rescatarlo de las manos del Rey.
Marquesa de Barcelona: ¿Qué? ¿Estáis dispuesto a arriesgar vuestra vida por mi hermano? Incluso cometiendo felonía contra el Rey.
Conde de Gibraltar: Por vos haría cualquier cosa señora. Cuando hayamos logrado salvar a vuestro hermano, huiremos de España y nos iremos a vivir a algún lugar tranquilo.
Marquesa de Barcelona: Gracias conde, no sabéis cuan agradecida estoy. (Se acerca al conde y lo besa).
Conde de Gibraltar (rodeando a la marquesa con sus brazos): Necesitaremos la ayuda de Francesco, pues es muy buen espadachín. Y creo que, en cuanto a lealtad se refiere, estará de nuestra parte. Al menos, por lo que vi, está dispuesto a abandonar la religión.
Escena Segunda:
Conde de Gibraltar y Francesco
(Luego de pasar la noche en casa de la marquesa, el conde envía una carta a Francesco para reunirse con el en un lugar desolado de los campos de Castilla. Francesco, ni bien recibe la carta, se pone pronto a partir hacia el lugar indicado; pues puede vislumbrar lo imprescindible de la situación.)
Francesco (reflexionando): ¿Qué tendrá para decirme el conde? ¿Habrá acontecido algo grave? Últimamente lo he visto más reflexivo que otras veces. Se pasa horas filosofando… Debería imitarlo, a fin de cuentas, la única forma de conocer las cosas de este mundo es pensando el por qué de cada una. Pero a pesar de que me pongo a pensar y pensar, no logro comprender por qué el conde me habrá llamado. Habíamos resuelto vernos en unas semanas, pues el se quedaría unos días en la casa de la marquesa. De seguro, a mitad de semana o a final, iría a visitar al Rey para recibir sus respectivas condecoraciones. Aunque nuestro Rey, y que Dios me perdone por admitirlo, es avaro en demasía. Ah…, pero parece ser que ahí llega el conde… Si, si, es él. Me aproximare.
Conde de Gibraltar (jadeante): Perdón por la tardanza… Debía hacer unos preparativos antes de venir… ¿cómo os encontráis?
Francesco: Sinceramente… intrigado…
Conde de Gibraltar: Comprendo perfectamente. Si lo diré, pero no os agradará mucho…
Francesco: No os preocupéis. Estoy a vuestra disposición.
Conde de Gibraltar: Pues bien. ¿Os acordáis de Lord Strand?
Francesco: Por supuesto. ¿Cómo no iba a acordarme? Yo mismo estuve con vos cuando lo capturaste y, luego, lo llevé a la presencia del Rey. ¿A qué vienen esas preguntas?
Conde de Gibraltar: Pues resulta que Lord Strand…, es el hermano de la marquesa de Barcelona.
Francesco: ¡Santo Dios! Pero, conde, según lo que comprendí y llegué a atisbar de unas palabras que el Rey decía, pretende ejecutar de forma privada a Lord Strand. Aunque si dijo algo sobre invitar a algunos nobles a presenciar el espectáculo.
Conde de Gibraltar: ¿Cuánto tiempo tenemos?
Francesco: Querréis decir, ¿cuánto tiempo tenéis? Pues yo no podría traicionar al Rey.
Conde de Gibraltar: Y, ¿por qué no?
Francesco: Pues soy un soldado leal al Rey, quien es el representante de Dios en la tierra.
Conde de Gibraltar: ¡Pardiez! Francesco, no vendréis a hablarme de religión ahora ¿o sí?
Francesco: Pues, el Rey a sido bueno con nosotros…
Conde de Gibraltar: ¿Bueno? ¿De verdad lo creeis así? Habláis del mismo rey que hace que sus propios soldados, si no mueren por el en el campo de batalla, lo hagan luego de hambre; por falta de una paga decente. O quizás, habláis de ese mismo Rey que envía a la guerra a niños a perecer sin siquiera prestar atención. Ese Rey que desconoce por completo las muertes de sus soldados, que se han suscitado a lo largo de estos últimos años. Ese mismo Rey que es capaz de enviar, con displicencia, a una muerte segura a todo su ejército. Ahora, ¿de verdad creeis que es el representante de Dios en la tierra?
Francesco: No… Vuestras razones son suficientes. Estoy a vuestro servicio.
Conde de Gibraltar: Os lo agradeceré algún día Francesco. Ahora retornemos con la marquesa de Barcelona.
Escena Tercera:
Conde de Gibraltar, marquesa de Barcelona y Francesco.
(El conde de Gibraltar y Francesco, llegan a la habitación de la mansión, dónde los espera la marquesa de Barcelona.)
Marquesa de Barcelona: Señor Francesco, es un honor verlo de nuestro lado.
Francesco: Todo lo contrario, señora, yo os agradezco que me aceptéis en vuestros planes.
Conde de Gibraltar: ¡Bien! Se me ha ocurrido un plan para librar a vuestro hermano de las garras de ese perfido Rey. Por lo que me constasteis, Francesco, el Rey pensaba realizar la ejecución del señor Strand en presencia de algunos nobles, ¿verdad?
Francesco: En efecto, eso fue lo que logré oír de lo poco que departieron.
Conde de Gibraltar: Señora, ¿por casualidad vos, en estos últimos días, recibisteis una carta de invitación?
Marquesa de Barcelona: Si así fuera, habrías sido el primero en enterarte, conde.
(En ese momento, suenan tres golpes en la puerta. Se escucha como se habré y vuelve a cerrarse. Aparece entonces en la escena, la criada, que porta entre sus manos una carta con un sello dorado.)
Francesco: Es como sí tuviéramos un ángel que nos escucha y nos entrega lo que deseamos a pedir de boca.
Conde de Gibraltar: Hum… Nada mal…, nada mal… Bueno, parece que está todo resuelto.
Francesco: Pero solo es una carta, ni vos, ni yo, que, por cierto, no estoy a vuestra altura, podremos acceder a la celebración.
Conde de Gibraltar: ¿Y quién dijo que nosotros iríamos a la fiesta?
Francesco: Explicaos mejor, conde.
Conde de Gibraltar: De todas formas, de tener una invitación, no habría salido de esa fiesta conservando la cabeza sobre los hombros.
Francesco: Lo qué decís, carece de sentido.
Conde de Gibraltar: Francesco, ¿recordáis que os insistí con que no iría a ver al Rey?
Francesco: Si, fue por vuestra desesperación por venir a ver a la marquesa.
Conde de Gibraltar: De cierto modo lo fue. Pero también se debe a qué, ya hace años, me he dado cuenta de que el Rey me odia. Y estoy casi seguro de que, estos últimos días, habrá estado cavilando la mejor forma para deshacerse de mí.
Francesco: No suena tan descabellado después de todo.
Marquesa de Barcelona: Conde, el Tiempo apremia. Debéis exponer vuestro dichoso plan antes de que sea tarde.
Conde de Gibraltar: Pues bien, esta es la idea. Vos marquesa asistiréis a la ejecución con vuestra invitación. Vuestro papel consistirá en entretener al Rey, mientras nosotros dos, con suma cautela, nos deslizamos por los corredores hasta llegar a las mazmorras ocultas del palacio real. De allí retiraremos a vuestro hermano, subiremos a los tejados y bajaremos con una polea; para luego seguir corriendo por los techos.
Francesco: ¿No os parece excesivamente complicado?
Conde de Gibraltar: No… porque… ¿Qué proponéis vos?
Francesco: Haremos lo mismo, pero una vez liberado, nos disfrazaremos con los uniformes de los guardias y escaparemos por una de las puertas destinadas al servicio del castillo.
Conde de Gibraltar: Excelente idea Francesco. Sabía que seríais de vital importancia para esta misión.
Acto 5:
Escena Primera:
Rey, Reina, marquesa de Barcelona, nobles, servicio.
(La marquesa de Barcelona se anuncia antes la presencia de los reyes y comienza a llevar a cabo su valioso papel; entretener al rey y a la reina, para aplazar la hora de la ejecución y dar el suficiente tiempo al conde y a Francesco para liberar a su hermano.)
Marquesa de Barcelona: Sus altezas, es un honor para mí poder saludaros.
Reina: Oh, señora marquesa. ¿Cuánto tiempo a pasado desde la última vez que nos alagasteis con vuestra presencia?
Rey: Es verdad, señora de Barcelona, han pasado años si no me equivoco. ¿Acaso habremos cometido alguna insolencia en ese tiempo para que no nos vinierais a ver?
Marquesa de Barcelona: De sobra sabéis que no es así. Yo también los extrañaba tanto… Solo que, estos últimos años he estado algo distraída, preocupada.
Reina: Espero que no consternada.
Marquesa de Barcelona (mintiendo): Desgraciadamente…, en demasía.
Reina: Oh…, pobre amiga nuestra. Recuerdo aquellos tiempos en los que erais parte de nuestra compañía.
Rey: Es verdad. Erais más divertida que ese maldito bufón.
Reina: ¡Querido! No seáis tan impertinente. Cómo os atrevéis a comparar a un vil bufón con la marquesa. ¡Faltaría más! Que falta de delicadeza.
Rey: Mis disculpas, marquesa… No pretendía ofenderos, sino todo lo contrario, buscaba lisonjearos.
Marquesa de Barcelona: No os preocupéis. Entiendo vuestra tristeza por mi repentina partida.
Reina: Pero al menos estáis aquí. Querido, creo que deberías anunciar que la ejecución se dejará para más tarde. No podemos dejar que esta mujer, tan querida nuestra se nos escape tan rápido.
Rey: ¿Así lo deseáis, querida?
Reina: Nada me haría más feliz.
Rey: Bien, ya doy la orden.
(El Rey se aleja para dar la voz de diferir la hora de la ejecución. Entre tanto la Reina le revela algo a la marquesa.)
Reina: ¡Bien! Al fin se a alejado ese maldito ambicioso. Querida marquesa, no hay tiempo que perder. El hombre que el Rey panea matar, que ignoro que sepa quién es realmente, es vuestro hermano. Debéis daros prisa y buscar la forma de salvarlo.
Marquesa de Barcelona: ¡Oh! ¡Gracias a Dios! ¡Gracias a Dios! Mi señora, de verdad agradezco vuestro apoyó. De hecho, mis amigos están llevando a cabo ese plan, pero yo debo entretener al Rey, para que no lleve la ejecución a cabo. Pero antes, ¿por qué habéis decidido ayudarme?
Reina: ¿De verdad dudais de la razón? Nada más simple, siempre os quise como una hermana. Además, bien sabéis que yo jamás deseé casarme con este hombre; y, de alguna manera, siempre estuve enamorada de vuestro hermano. Así que, si la felicidad del Rey se encuentra enfrentada con la vuestra, o hace peligrar la vida de vuestro hermano. Pues, no lo dudéis, querida, intercederé por vos siempre. Pues fui yo, precisamente, la que os envió la carta de invitación.
Marquesa de Barcelona: Os estaré eternamente agradecida.
Reina: ¡Silencio! Ahí vuelve ese bribón.
(Vuelve el rey y retoman la conversación interrumpida cuando se fue a dar las órdenes pertinentes. Entre tanto, por debajo de donde se daban estos sucesos, dos hombres, se movían sigilosamente por las mazmorras del castillo.)
Escena Segunda:
Conde de Gibraltar, Francesco y guardia real.
(La escena se encuentra oscura y apenas se puede ver el camino por el cual reptan, como serpientes en busca de su presa, el conde y Francesco.)
Francesco (se escucha un ruido seco): Maldición, mi cabeza… No se ve un ápice de nada en este maldito lugar.
Conde de Gibraltar: Silencio…, podrían descubrirnos y todo estaría perdido… (da un traspié). Pardiez…, tenéis razón, es imposible saber con exactitud donde pone uno el pie…
Francesco: O la cabeza…
Conde de Gibraltar: No debemos encontrarnos muy lejos de la celda.
Francesco: ¿Cómo podéis estar tan seguro? Si no se ve nada…
Conde de Gibraltar (con ironía): Pues… Conociendo a este amable rey, lo más probable es que la celda sea una de las más lujosas y mejor iluminadas; las cuáles suelen encontrarse al final de toda mazmorra.
Francesco: Esperad…, veo una luz.
Conde de Gibraltar: Es verdad. Debe de ser la escolta que vigila a Lord Strand. (Con sorpresa) Pero si son tres, justo los menesteres para salir disfrazados de aquí.
Francesco: Pues bien… ¿Cómo nos desharemos de ellos?
Conde de Gibraltar: Yo me encargo de los dos primeros.
Francesco: Bien, yo voy por el tercero.
(Sacan las espadas de sus vainas y se aproximan con cautela. Los guardias por su parte sufren del sopor, que promueve el sosiego de la oscuridad y no logran prever a los dos hombres que se les acercan cada vez más. El conde ataca, primero horadando el pecho de uno, y luego cortando la garganta del otro. Francesco, por falta de visión colisiona contra las rejas de una celda próxima, produciendo un leve sonido, análogo al instrumento triángulo. Al tercer hombre, ya algo más despierto, se lo carga el propio Gibraltar con una destreza más que envidiable.)
Conde de Gibraltar: ¿Dónde estáis Francesco?
Francesco: Aquí…, estoy bien no ha sido nada.
Conde de Gibraltar: Bien, es justo delante de nosotros.
(Abre la puerta y se encuentra con lord Strand, quien al no ver nada se abalanza sobre el conde para huir, pero este lo detiene.)
Conde de Gibraltar: ¡Calma lord Strand! Hemos venido a ayudaros.
Lord Strand (que no sale de su estupor): ¿Cómo? ¿Por qué razón venís a liberarme?
Conde de Gibraltar: No hay tiempo para explicaciones. Poneos este atavío (le entrega la indumentaria de la guardia real, haciendo otro tanto él y Francesco). Bien, ya estamos listos. Salgamos de este repugnante lugar.
(Vuelven por dónde entraron, pero la primera vez fue por medio de una ventana, está vez salen por la puerta de servicio para pasar desapercibidos. Pero, antes de franquear la puerta los detiene una voz.)
Guardia real: ¿Qué demonios hacéis aquí señor conde? ¿No sabéis que la reunión es del otro lado?
Conde de Gibraltar: Señor, estoy llevado a Francesco a tomar aire fresco, parece ser que no se siente muy bien.
Guardia real: O, es una pena. Buena suerte señor conde.
Conde de Gibraltar: Hasta luego.
(Reemprenden la fuga a todo correr, atraviesan la salida y siguen corriendo hasta que llegan a una berlina media oculta entre la maleza. Entran, y en ella se encuentran con la marquesa lista para marchar. ¡Todo había salido perfecto!)
Lord Strand: ¡Hermana! Oh…, cuánto os he extrañado. Me salvasteis la vida todos vosotros. Os lo agradezco mucho.
Conde de Gibraltar: Marquesa…, ¿cómo es posible que lograseis escapar tan rápido?
Marquesa de Barcelona: Mi amiga la reina prometió que entreteneria al Rey, para darnos tiempo y que nos evadiéramos todos juntos.
Conde de Gibraltar: Esa Reina es magnífica.
Marquesa de Barcelona: Si que lo es.
Escena Tercera:
Conde de Gibraltar y Marquesa de Barcelona.
(Luego de unas semanas, el conde, la marquesa, Francesco y Lord Strand; abandonaron España, posiblemente por siempre, aunque el tiempo lo diría. Pues muchas veces creemos que no volveremos a ver un lugar nunca más, pero la vida es fortuita y difícilmente podemos admitir esto sin llegar a dudar algunas veces. Por ahora, podemos decir que el encolerizado Rey no descansaría hasta encontrarlos, pues, si es bastante común que un oprobio genere tantos deseos de venganza en una persona; mucho más lo es en un Rey, una persona que debe mantener su honor lo más alto para evitar perder el apoyo del pueblo. Pero dejando esto de lado, podemos decir, felizmente, que el conde y la marquesa se casaron y decidieron buscar un terreno lo suficientemente grande como para que Francesco y Lord Strand pudieran estar tan cómodos como ellos. De la reina, no podemos dejar de decir que, pasados dos años, hizo lo que sus dos grandes amigos, y huyo de las garras del Rey para irse a vivir con Lord Strand.)
Conde de Gibraltar: Finalmente… Justo como me lo imaginaba, nos espere un porvenir próspero mi amada. Puedo vislumbrarlo, nuestros hijos crecerán felices en estas tierras, os lo prometo.
Marquesa de Barcelona: Cuando prometéis algo, por imposible o inalcanzable que parezca, se que lo cumplís. Tengo plena confianza en vuestra palabra amor mío.
Conde de Gibraltar: Aquí podremos formar nuestro propio reino. Quizá no tan vasto como España, pero lo suficientemente grande como para llevar tal título. Así que, mi Reina, decidme lo que deseáis que lo haré sin tardanza.
(El conde sostiene entre sus brazos a la marquesa y la besa.)
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