Por Diego y Ramiro Calp
Prólogo:
En el año 1848, en Argentina, vivía un niño llamado Dimarco con una fuerte afición hacia el arte; esencialmente, hacia la música, para la cual sus propios amos reconocían que tenía una gran habilidad. Pues sí, este niño era un esclavo, nacido en África y trasladado allí desde la muerte de sus padres a Santa Cruz.
Dimarco realizaba su actuación en un teatro, si bien no tan notable, bastante concurrido. Se dedicaba a tocar el violín con un afán que pronto llamo la atención de algunos críticos, especialmente de origen francés.
Esto suscitó que un buen día sus amos recibieran una carta proveniente, precisamente, de uno de los teatros de mayor renombre de Francia. Y tomarán una, aunque evidentemente codiciosa, al final bastante magnánima, decisión sobre enviarlo hacia aquel país que tan interesado estaba en él niño. Sin más dilaciones le explicaron a Dimarco, que al día siguiente, debía abordar un barco que lo llevaría a Francia y que le deseaban un feliz viaje. Este, completamente atónito, al principio, y luego con gran jubiló, al día siguiente se despertó lo más temprano que pudo y se dirigió directamente hacia el muelle para esperar la llegada del barco.
¡Ay! Pero sucede que el mundo es fortuito y algunas veces nos depara una suerte con toda clase de vicisitudes. Y créanme cuando les digo, que las que padecería el pobre Demarco, en el transcurso de los próximos meses, no serían en absoluto agradables. He de proceder, pues, a contarles todo lo que le sucedió a este pobre niño.
Capitulo 1: La Esplendorosa Llegada del Barco.
Resulta que el buen Dimarco, a su corta edad, es decir, entre los 10 y los 12 años, ni el ni sus amos estaban seguros de la edad; pero lo encasillaban, más o menos, por ahí. Jamás había salido de la casa de sus amos; o, como mucho, había sido un trayecto de aproximadamente dos cuadras, entre la casa y el teatro en el que tocaba el violín.
El caso es que todo le parecía sorprendente. Y, realmente, no sería extraño que un niño fuera curioso, pues está en su propia naturaleza el serlo. Es, de hecho, lo que más los caracteriza, lo que más increíbles los hace; en contraposición a los adultos, que todo lo ven como obvio y que ya no se dejan llevar tanto por la imaginación, o la filosofía… Pero, en fin… El caso es que miraba todo lo que le rodeaba como si estuviera en una tienda de caramelos. Que en sí, no era del todo errado, ya que el muelle se encontraba rodeado de tiendas y de caramelos no eran las que precisamente escaseaban.
Tenía ya un pasaporte listo para subir al barco sin ningún tipo de objeción por parte de los guardias de este. Pues, el boleto que tenía, especificaba claramente que era a aquel niño al que se esperaba que subiera al barco.
El caso es qué, cuando llegó al puerto, se encontró con un movimiento del que jamás había presenciado. Grandes masas de personas que se movían en desorden; unas eran turistas que iban de tienda en tienda, otros eran marineros que se encargaban de las provisiones y cajas que debían subir a bordo, otras eran emigrantes que se iban del país. Cosa que no tiende a suceder en países de primer mundo como Argentina, dónde las oportunidades son muy grandes y, el dinero que se pueda adquirir, de unas dimensiones incalculables. Así que, en sí…, ¡no!, no suele ser común que las personas huyan de este país.
Pero…, volviendo a la historia de Dimarco. Es menester entender que, por su altura, no solo le era harto difícil ver donde debía fondear la nave, sino que además, las personas lo atropellaban sin miramiento alguno. Quizás fue por esta razón, por la cual nunca logro abordar el barco. Así es, pardiez, jamás llegó a subir al barco. Tal vez, porque nunca logro encaminarse hacia el o, porque este, simplemente, jamás se digno a aparecer. Podría haber sido la primera o la segunda razón, pero Dimarco supuso que era la segunda, porque en un momento había escuchado a una anciana gruñendo:
-¡Malditos sean ustedes los hombres de mar! Uno paga para hacer un viaje y el transporte jamás llega.
Entonces, a Dimarco no le quedo de otra que regresar, muy compungido, a casa de sus amos. Pero le sobrevino un inconveniente de la misma naturaleza que el anterior, con la muchedumbre no tenía ni idea de a dónde dirigirse. Estaba mucho más perdido que barco en temporal, y digamos que las personas que lo rodeaban, hacían bastante bien el papel de oleaje embravecido, con sus empujones de un lado a otro.
Tomó una decisión apresurada, sin previa meditación, algo que resultaba bastante común en niños de la edad de Dimarco, y se dirigió derecho por un lugar con la esperanza de que tarde o temprano saldría de la zona en la que se concentran las personas. No erro en su pronóstico y logro salir a plena calle, una que jamás ha visto en su vida, pero que le permitió respirar con tranquilidad. Aunque la alegría no le duro demasiado, pues en menos de lo que tomó tres bocanadas cuatro hombres lo rodearon.
Capitulo 2: Más vale mantener la cabeza sobre los hombros.
Como les contaba, ni bien salió del mar de gente, el pobre Dimarco se vio rodeado por cuatro desconocidos, de apariencia deleznable y con intenciones bastante similares. Eran esclavistas, y por el origen del joven Dimarco, no dudaron en tomarlo prisionero, o lo que vendría a ser lo mismo pero más acertado, como esclavo.
Así es, cuando una persona sufre una decepción un día, nunca es tarde para que el buen destino lo entregué a una situación peor, y está no era la excepción.
-Les dije qué tengo que volver con mis amos, ellos esperaban a qué zarpara en un barco que jamás apareció- dijo Dimarco bastante preocupado por su porvenir.
-Sí, claro, claro. Lo que tú digas niño. No esperarás a qué nos creamos ese cuento, ¿verdad? No tendrías la suficiente gallardía para tratar de engañarnos. Porque, créeme, de ser así, tendríamos que tomar una decisión que no nos gustaría para nada.
-Pero debo dar un concierto está noche en el gran teatro de Francia.
-Ja, ja, ja- ríó otro de los cuatro hombres-. Este muchacho es muy gracioso, si no fuera esclavo, probablemente podríamos enviarlo a actuar a algún teatro como cómico, y seguro que nos hacemos ricos.
-Aun podemos hacernos ricos, imbécil- intervino de mal humor un tercero-. Pues lo tenemos frente a nosotros.
-Pues no estoy de acuerdo- le respondió el segundo, volviendo a la carga-. Podrías decirme en dónde has visto que a un niño afroamericano lo acepten en un teatro. Creo que no tienes ni idea de lo que hablas.
-Me parece que el idiota que no entiende nada eres tú.
Entre tanto, Dimarco se dio cuenta de que los hombres, enfrascados en su discusión de alto nivel intelectual, no le prestaban un apice de atención. Momento que sin duda aprovechó, para zafarse de ellos y huir tan lejos como pudiera. Comenzó a alejarse con pasos lentos, que comenzaron a transformarse en zancadas a medida que tomaba distancia de los esclavistas.
-Como te decía… ¡Maldición! ¿En dónde se ha medito el niño?
-¡Ahí va! Se nos escapa, maldita seas, si te callaras de vez en cuando no pasarían estas cosas.
-Cierren la boca los dos y vayan tras él- intervino al fin el cuarto, que había estado taciturno hasta entonces.
Corrieron tras Dimarco, como tigres que tratan de cazar una gacela. Por supuesto, con mayor éxito, ya que, evidentemente Dimarco no era muy rápido. Lo que sí, era inteligente, y logro despistarlos e incluso hacer que más de una vez cayeran al suelo al patinar con frutas que el niño había lanzado por ahí.
Esto, claro está, le brindo alguna que otra ventaja; pero, por desgracia, sus perseguidores eran más veloces y se cansaban mucho menos. Por lo que, Dimarco finalmente cayó en manos de sus captores.
-Esta vez si qué nos las vas a pagar granuja- dijo el segundo de los hombres-. Me parece que es hoy, justamente, el día en qué se inaugura una nueva forma de entretenimiento en el patíbulo, y creme que vas a ser de los primeros en estrenarla.
Cómo dije desde el principio, Dimarco había vivido más encerrado qué en la calle, lo que significaba que no tenía ni la menor idea de a qué se refería ese hombre con esa palabra “patibulo”; ni tampoco cuando pronunció una segunda “cadalso”. Pero no iba a tardar mucho en enterarse, pues los cuatro sinvergüenzas ya lo estaban entregando al verdugo y le estaban pagando a este para que no hiciera preguntas al respecto.
Así fue como, por la tarde, el pobre muchacho fue subido al cadalso y puesto frente a una guillotina; siendo, incluso, hasta ese preciso instante, completamente ignorante de lo que le esperaba. Ni siquiera llegó a comprender el funcionamiento del artefacto y el por qué se encontraba allí.
Entonces, se vio rodeado por dos hombres que comenzaron a atarle los brazos al cuerpo y las piernas para que no pudiera moverse, y en menos de cinco segundos fue acostado en la tabla y colocado bajo la guillotina.
Todavía sin haber comprendido a santo de que se encontraba recostado de esa manera, el verdugo estaba por tirar de la palanca, cuando por razones de la vida, Dimarco se sintió demasiado incómodo y trato de rodar hacia el costado. Se movió con el mayor ímpetu que le fue posible y antes de que el verdugo tirará de la palanca, el caía a un costado sobre una de las tablas de madera del cadalso, que estaba floja, y esta, por el contrapeso del cuerpo de Dimarco se elevaba en su otro extremo dándole justo en la entrepierna al verdugo; el cual cayó, ni más ni menos que debajo de la guillotina y accionando por error la palanca…
¡Sí! Déjenme ser el primero en decirlo… ¡Que agonía! ¡Pardiez! ¿Cómo diablos se iba a entretener la gente ahora, si quién accionaba la palanca siempre ya no podría hacerlo?… Sí, lamentable, pero ese fue el principio y el final de la guillotina en Argentina. Un aciago que los argentinos recordarían por el resto de sus vidas…
Pero volvamos a lo que nos importa realmente. El buen Dimarco, que logro desatarse y salir corriendo sin que nadie se diera cuenta. Pues todos observaban con estupor y horror el tronco sin cabeza del verdugo; ¡un gran hombre, cuyo talento se había perdido para siempre! Bueno…, en realidad se encontraba justo debajo de su cuerpo, en la canasta.
Pero, lo siento, me sigo desviando de lo principal. Decía que el niño salió disparado a toda carrera en la dirección más lóbrega que pudo encontrar. Así es, fue directo hacia el bosque. ¿Qué como lo encontró? No tengo la menor idea; supongo que habrá sido por instinto.
Capitulo 3: Lo que el joven Dimarco se encontró en el bosque inhóspito.
Cuando entró en el bosque, ya había comenzado a oscurecer. Pero siguió corriendo un trecho más hasta estar seguro de que nadie lo veía. Y llegó a un lugar lo suficientemente desolado para no ser tentación de ningún hombre rondar por esos parajes.
Noche silenciosa le tocó al joven Dimarco, que siguió caminando con la esperanza de encontrar, por el lado opuesto, otra entrada a la ciudad. Pero no lo consiguió, lo único con lo que se topó para pasar la noche, fue con una cueva; bastante tenebrosa, a decir verdad, y el entró en ella bastante trémulo, quizás por el frío, por el pavor, o por ambos.
Ya dentro de la cueva, la temperatura ascendió considerablemente y se sintió más a gusto. Pero había algo extraño en su interior, pues a medida que penetraba en su profundidad, en vez de oscurecerse como sucedería en una situación común, se hacía más luminosa. No es que Dimarco se diera cuenta de lo extraño de la situación, pues ya sabemos que el siempre vivió rodeado de cuatro paredes; pero se las cuento a ustedes, ya que me parece algo necesaria.
Llegado a un punto descubrió toda clase de objetos. Más bien de muebles, bastante maltrechos y de mala calidad, pero lo que más le llamo la atención fue una cama; no porque se sorprendiera de verla, sino porque estaba muy cansado, pues había tenido un día muy ajetreado. Miró unos instantes más a su alrededor y vio que detrás de una especie de cortina, era de dónde provenía la luz, y aguzando el oído, se dio cuenta de que de ese lugar fluía un sonido peculiar; como sí tras la cortina se ocultara una fuente, al igual que tiende a suceder en los teatros, cuando se escuchan algunos susurros detrás del telón.
Pese a lo que se pueda creer, el niño no fue a correr la cortina, ni siquiera le dedico más tiempo al asunto. Pues lo atacaba el sopor y necesitaba urgentemente dormir, por lo que se tumbó en la cama que había encontrado.
No habían pasado más de cinco o diez minutos, cuando de entre las cortinas, como un energúmeno, salió un carcamal de aproximadamente noventa años de edad, completamente desnudo y con una mirada asesina. Lo que género que el pobre Dimarco, de un salto se alejara unos tres metros de ese viejo loco.
-¿Quién diablos eres?- gruño el viejo vagabundo-. ¿Y que haces aquí?
-Yo… Mi nombre es Dimarco, señor. Estaba en él bosque y encontré esta cueva y esa cama, y como estaba muy muy cansado, creí que lo mejor sería dormir.
-¡Dormir! ¿Qué acaso no tienes modales como para saber que no se puede usar lo ajeno sin preguntar?
A todo esto el hombre seguía gritando y refunfuñando completamente desnudo. Pero no semidesnudo, ¡desnudo! Cómo su madre lo había traído al mundo.
-De verdad lo siento… No tenía idea. No creí que está fuera su casa. De las pocas cosas que me han contado de las cuevas es qué, si no están vacías, en ellas suelen vivir osos. Pero nunca creí que una persona pudiera hacerlo.
-¿Y que te hace creer que no soy un oso?- el hombre comenzó a reír a carcajadas.
-No lo sé- por fin Dimarco se había percatado de la desnudez del hombre-… Señor, ¿cree que sería posible que se vistiera con algo?
-Que muchacho más impertinente tenemos aquí. Está es mi casa, y no considero necesario utilizar ninguna clase de ropa. Ahora ven aquí.
Entonces el hombre se abalanzó sobre Dimarco y con un par de cuerdas lo ató a su cama y le pidió que se quedara quieto y se comportará.
-Oiga- protesto Dimarco- ¿Usted también es esclavista?
-¿Esclavista yo? En absoluto, soy un simple vagabundo.
Así paso la noche el niño, completamente atado, y luego amordazado a causa de que el carcamal no soportaba que el muchacho hablara tanto. Al día siguiente, Dimarco se despertó completamente libre de sus cadenas, metafóricamente hablando. Y el hombre dijo:
-Sabes muchacho, no lo voy a negar, me caes bien. Así que he tomado la decisión de que quiero que vivas conmigo, serás mi amigo y yo te brindaré lo que necesites. Alimento y cobijo. ¿Qué te parece?
Pero realmente no le dio tiempo a responderle, porque luego de decir eso se había alejado y al rato volvía con una canasta.
-Aquí esta lo prometido, ¡comida!
Cuando Dimarco vio lo que contenía la canasta no comprendió del todo bien. Pero, como sabía que no era correcto rechazar lo que le ofreciera alguien en su casa, accedió y agradeció lo que se le entregaba.
¡Crunch! ¡Crunch! ¡Crunch! Ese era el ruido que hormigas, moscas, arañas y cucarachas hacían en los dientes de Dimarco y del viejo. El primero que no había comido durante horas era el que más bichos engullía; el segundo lo observaba con curiosidad y cuando termino de comer dijo:
-Muchacho, he tomado la decisión de que te conservaré. En mi casa, digo- Dimarco tragó saliva nervioso-. Es mejor que lo que había pensado al principio, que era deshacerme de ti…, pero no importa. Eso quedó en el pasado.
-¿A qué se refiere con deshacerse?- preguntó algo preocupado Dimarco.
-Como dije, ya no se trata de algo trascendental. Sobre todo para ti. Yo habría podido continuar tranquilamente con mi vida. Pero no te preocupes, vivirás bien conmigo; no te faltará nada de lo que necesites.
El joven Dimarco, pese a su sosiego, cuando el viejo le anuncio esto, comenzó a desarrollar, cada minuto que pasaba, un pavor más grande. A tal punto llegaba su temor de qué ese hombre hablara realmente en serio, que tomó la decisión de urdir un plan para escapar lo antes posible de esa penumbrosa cueva.
Yo se lo que están pensando, créanme, estoy al tanto de lo que suele pensar la mayoría de las personas. Me imagino que ustedes creerán que el buen Dimarco, en aproximadamente tres días logro hacer el plan para escapar; pero…, lo cierto es que… en realidad no fue tan fácil como podría parecer a primera vista. Al comienzo de esta historia, les hable de la edad de Dimarco. Les dije que era de entre 10 y 12 años. En realidad era más bien de 10 y el día en qué logro por fin escapar, había cumplido los 13 años. Si.. lo sé… Es realmente inconcebible que no hubiera logrado hacerlo antes, pero en fin…, ya saben lo que dicen ¡persevera y vencerás!
Aún así, he de decir que, aunque esté niño (ya más adolescente que niño) había logrado escapar, no fue por su mérito. Si bien si había aprendido un par de cosas de la vida, como la dureza propia que le es característica, nunca pudo elaborar un plan de escape. Fue algo fortuito… ¿o sería, quizá, obra del destino? El caso es que, uno de esos extraños y escasos días en los que el anciano optaba por bañarse, terminó por resbalarse y golpearse la cabeza contra el borde de la piedra que hacía de bañera. Si estaba vivo o muerto, no venía al caso, lo único que Dimarco quería era huir de allí, y así lo hizo. Cómo había entrado hace tres años, salió tan rápido o más que un ciervo perseguido por un depredador.
Capitulo 4: Pedir prestado y robar no son la misma cosa, ¿o sí?
En un camino de tierra, no muy lejos de un poblado, apareció andando apaciblemente una carreta con una escasa carga de fruta, conducida por un hombre en compañía de una mujer. En un momento dado, frenaron y ambos bajaron del pescante de la carreta. Se dirigieron hacia una parte del bosque en la cual se atisbaban, a lo lejos, árboles con frutas de diversas variedades.
Todo esto era observado, desde el arbusto de un médano, por Dimarco. El muchacho, que desde el principio de la historia siempre fue un niño muy inocente, pese a las experiencias que había sufrido, no había perdido mucho de esa característica, la mantenía bastante bien y la solía adoptar con una especie de instinto de supervivencia completamente contrario. Por lo que, viendo la oportunidad de alejarse un poco más de la cueva del hombre loco, optó por tomar prestada aquella carreta convenientemente repleta de víveres.
Se deslizó cautelosamente por el médano y en menos de dos minutos estaba a un lado de la carreta. La observó con curiosidad, posiblemente cavilando que sus dueños no se enojarían tanto si el la utilizaba unos días y después la devolvía. De todas formas, pensó, una vez que hubiera llegado a Santa Cruz no la necesitaría más y ahí esas personas podrían recuperarla.
Subió con gran habilidad sobre ella, pese a su baja estatura, había desarrollado una gran agilidad, y se puso en marcha por el sendero que le resultó más conveniente. El recorrido era realmente placentero. Se trataba de un camino de tierra, rodeado de pinos y árboles que daban diferentes clases de frutas, algunas comestibles, y otras que, si bien podría haberse comido, no hubiera sido lo más conveniente para la limpieza de los pantalones.
La belleza y el disfrute de contemplar tal perfección de la naturaleza, no duró demasiado. Pues en la tarde de ese mismo día, los dueños de la carreta habían denunciado su hurto, así pues, la persecución comenzó en el inicio del crepúsculo.
Dimarco se dio cuenta al instante. No por el hecho de que fueran unos policías los que se le aproximaban a todo galope, sino por el disparo que fue a parar justo en el costado del vehículo y que hizo volar miles de astillas por los aires. El también comenzó a presionar a los caballos para que corrieran lo más rápido que pudieran, al menos hasta que dejarán atrás a la policía. Pero resultó ser que la guardia que lo perseguía estaba muy bien entrenada, y en menos de cinco minutos sus disparos pasaron de ser errados a certeros. En un instante, sí, los cuatro caballos estaban yertos en el suelo y el joven Dimarco volaba a través de los pinos en busca de un lugar en el cual ocultarse. Pareciera ser que el título de esta historia tiene un significado altamente justificado, porque el jovencito cayó en un poso de un metro de alto y los policías pasaron a su lado sin lograr encontrarlo.
¡Es broma! Ya quisieran que el buen Dimarco hubiera zafado de tan deleznable destino. Pero los policías si lo vieron caer en el hoyo y lo apresaron ni bien lograron sacarlo. Se lo llevaron a un poblado cercano, en una carreta enrejada, igual a aquellas cajas en las que se meten a los gatos cuando uno va a viajar en avión.
Capitulo 5: La horticultura siempre fue un negocio sencillo y de grandes compradores (aunque a veces no lo aparentara).
Se escuchó el sonido de un par de rejas al correrse y en menos de un segundo, Dimarco era lanzado dentro de un calabozo en plena penumbra, golpeándose la cabeza contra el suelo de piedra. A continuación, se levantó dos segundos, tanteó el terreno, y se desmayó sin más.
Cuando despertó, era de día. Un pequeño rayo de sol penetraba por la reja de la cómoda y acogedora estancia en la qué se encontraba. Un excelente suelo húmedo para dormir, pues los jergones de paja estaban reservados a aquellos que se encontraban en una casta superior; si por división estamental se entiende, el hurto de bagatelas o de objetos de lujo (en el segundo caso el de Dimarco), y el asesinato. Por supuesto, el que cometiera el último delito, era el mejor tratado por los carceleros. Mientras que el primero, el del robo de baratijas, simplemente sería echado a la calle en unas horas. Que injusta era la vida para aquellos que no podian disfrutar de permanecer un par de horas más allí.
Pero, en fin. Hay que decir que el caso de Dimarco no era tan malo, además, ni siquiera se encontraba solo. Había un hombre, que todavía roncaba, pero que no tardó mucho en despertar.
¡Eh tú, muchacho!- le espetó-. Estás tapando el único lugar por el que penetra el sol. ¡Muévete!
Lo siento- respondió Dimarco, dando un paso hacia el costado.
-Ahora que puedo verte mejor, déjame preguntarte. ¿Qué hace una persona joven como tú en un lugar como este? ¿No deberías estar trabajando para ganarte el pan, en vez de recibirlo gratuito aquí?
-Supongo…, pero no tengo trabajo.
-No te preocupes, cuando salgamos de aquí, yo te daré uno.
Y así, pasaron días y días hasta que los guardias, hartos de vigilar a dos ladrones que les resultaban incompetentes y de poca fama como para mantenerlos en su excelente estancia, los echaron sin más.
Una vez fuera, la luz del día permitió a Dimarco descubrir el rostro del hombre misterioso por primera vez. Al observarlo con atención, se sobresalto. El sujeto tenía una complexión fuerte y demacrada; no era viejo, sino al contrario, joven y vigoroso. El problema era que estaba cubierto de cicatrices, como si lo hubieran pasado por la quilla alguna vez. Pero quedaba claro que, por su talante, este jamás habría salido vivo de un barco y se habría ahogado en el intento. No es que fuera estúpido, pero, cuando se alejaron de la cárcel, este le relato a nuestro aventurero algo de su historia. Resulta que el hombre se llamaba José, pero en el negocio en el que estaba le decían Tertuliano, pues solo tenía fe…, sí, solo eso y nada que estuviera por fuera de ello. Hacia donde la dirigía, por supuesto, a lo que vendía. Una exquisita y saludable medicina para calmar dolores de toda clase, físicos, espirituales, anímicos o metafísicos; todo lo curaba y no generaba ningún efecto adverso, al menos eso decía nuestro amigo, un sujeto completamente sano…, cof… cof… No importa…
Continuemos con nuestra historia. Les decía que el hombre le contó la historia de sus andanzas a Dimarco y, al final del recorrido, le pidió a este que hiciera de sancho panza; o mejor dicho, que él, Tertuliano, haría de Ali Baba y qué nuestro aventurero, tomaría el papel del camello que lo traslada al oro detrás de la cueva; si tengo la fortuna de que entiendan a que me refiero, no será menester explicar nada más…
No fue recién hasta el día siguiente que comenzaron a organizar el negocio. Por supuesto, Tertuliano proveía a Dimarco y este vendía el producto; que luego se consumía de forma muy sencilla aspirando por la nariz, y los efectos directos que tenía cada persona variaban, aunque la mayoría presentaba una fuerte euforia que lo hacía saltar de un lado hacia el otro y recuperarse de todas sus dolencias o malestares.
Así pasaron días, hasta que nuestro protagonista, explico a su amigo que debía marcharse para regresar a su hogar. Al principio, este se negó, pues admitía que Dimarco había sido su mejor compañero en el negocio, pero luego lo acepto y se despidió con gran dolor de éste.
Capítulo 6: Lo que uno alguna vez hizo, siempre puede regresarle de la misma manera…
Dimarco caminó durante diez minutos hasta el extremo del pequeño poblado y se encontró con un establo. Este, por mera casualidad, no solo vendía caballos, sino también carretas. Nuestro héroe decidió utilizar el capital que había adquirido de forma tan lícita con la venta del medicamento, para comprar un birlocho de tamaño reducido y peso ligero; pues solo el se transportaría en este. Con toda probabilidad, creía que, gracias a su nuevo transporte, podría llegar a su hogar en unas horas. Algo tan ridículo que casi parecía que el mismo hubiera probado el producto que tan exultante había estado vendiendo los últimos días.
Cuando partió hacia la que él creía la dirección más conveniente para llegar a su destino, ya era tarde y el sol se estaba poniendo. Calculó que en un par de horas tendría que detenerse para descansar y comer algo, pues estaba famélico. No tardó mucho en adentrarse en un sendero rodeado árboles y arbustos, un lugar que a su juicio resultaba propicio para establecer un pequeño campamento. Decidió que la fogata se ubicaría a una distancia considerable del birlocho, pues el muchacho ya no era tan pequeño y estaba aprendiendo a tomar precauciones. Creía que si prendía fuego tan cerca se le quemaría la carreta y no tendría como regresar a su hogar.
Como decía, decidió prender fuego con un par de ramas y hojas secas que encontró en los alrededores y se sentó a descansar. Luego, cuando decidió que su estómago no soportaría un segundo más, se dispuso a buscar algo que comer. He de decir que, en base a la experiencias que había sufrido…, digo, tenido nuestro aventurero; había abstraído una pequeña pero valiosa enseñanza de la vida; los alimentos no debían discriminarse de ninguna manera. Así pues, su comida consistió en roedores e insectos que, para su suerte, no requirieron demasiado esfuerzo para capturarlos, ya que, precisamente, no se trataba cazar como lo haría cualquier persona con un mínimo sentido del gusto… Pero bueno, como les decía, no podemos detractar las decisiones de Dimarco, porque resultan ser enseñanzas importantes de la vida. Él ya estaba acostumbrado, por lo que no le molestó tanto como a nosotros se nos debe de esta revolviendo el estómago de solo imaginarnos la deleznable situación…
Cuando hubo terminado de comer, se tumbó junto al suelo dispuesto a dormir, no sin antes avizorar el sublime espectáculo que ofrecían las estrellas en el cielo, junto con la luna. Cuando al fin se quedó dormido, paso una noche muy apacible, puesto que no se despertó en ningún momento hasta el amanecer.
Se despertó con los primeros rayos de sol del amanecer, el fuego se había apagado. Se levantó, recogió sus pertenencias y fue de camino a dónde había dejado la carreta, es decir, a unos escasos metros. Pero había sucedido algo terrible…, el birlocho había desaparecido… Puede que se extrañen del hecho, pero lo cierto es que, no era raro que hubiera proscritos rondando la zona. Estos, personas sinceras y de buenas intenciones, supusieron que a Dimarco no le molestaría que ellos tomarán prestada su carreta para dar unas vueltas, y se habían marchado a todo galope. Lo más incongruente del asunto era como nuestro joven aventurero no se había percatado de que la carreta se movía, ya que, para atravesar los árboles de vuelta al camino de tierra, debían haber rosado y quebrado varias ramas. En mi opinión, solo existen tres justificaciones por las que no deberíamos enojarnos con Dimarco; la primera es que entró en fase rem* mucho más rápido de lo común, debido a que no había dormido bien los días anteriores; la segunda es qué la digestión de tan grato alimento que había engullido en la noche era mucho más lento, dudo que sea factible digerir ratas, cucarachas, arañas, hormigas y hasta moscas y mosquitos con tanta facilidad; por último, también era probable que hubiera estado tomando de la exquisita medicina que se había dedicado a vender con tanto esmero con su amigo el Dr. Tucídides, matriculado por un cacique.
El caso es qué, pese a la aciaga situación, Dimarco no se rindió y decidió que caminaría, pues creía que se encontraba ya cerca de Santa Cruz.
*Estado mas profundo del sueño. Momento en el cual todos los músculos se relajan.
Capítulo 7: Nunca viene mal disponer de una brújula, un mapa y, por qué no, un guía para que intérprete ambas cosas…
Dimarco camino, camino y camino, durante al menos dos días enteros. Lo único destacable de este viaje es la fuerza que ganaron sus piernas, pese a que solo pudo alimentarse de algunos árboles frutales y de algunos frutos de arbustos. Oh Dimarco… ¿Cómo diablos no se te ocurrió hacer lo mismo hace dos días en el campamento? En vez de comer esos insectos desabridos.
Finalmente llego a lo que parecía ser un poblado, que, según su imaginación, no quedaría muy lejos de su hogar. Decidió que consultaría a alguna persona sobre cual era el camino más propicio para llegar a su destino. Se acercó a un mercado, dispuesto no solo a consultar su apremiante pregunta, sino para comprar provisiones, pues algo de dinero le quedaba de las ventas.
-Disculpe señor- el hombre lo miro con extrañeza-, ¿podría darme algo de carne seca e indicarme cuál es el camino más corto hacia Santa Cruz?
De repente, el hombre irrumpió en una hilaridad tal que el propio Dimarco se asustó. Pero luego, se calmo y pidió disculpas.
-Lo siento muchacho- dijo-, me he reído porque estamos en la otra punta del país y a menos que quieras morir en el camino, te aconsejo que te busques una diligencia para llegar a dónde deseas.
Así salió, completamente consternado, nuestro aventurero del mercado y decidió dar una vuelta por la zona y descansar un poco, para reflexionar sobre cómo arreglaría tan terrible situación… Nunca podría haberse imaginado que se encontraba tan lejos de su casa y lamentaba no haber preguntado bien, desde el principio, hacia donde debía ir.
Luego de un rato, sus divagues mentales se vieron interrumpidos por algo que le hacía sombra a su espalda.
-¿Pero que estás haciendo aquí en este pueblo tan desolado pequeño?- lo interrogó una voz detrás de él, llena de regocijo.
-Em… Disculpé señor- dijo Dimarco dándose vuelta para mirarlo a los ojos-, resulta que estoy perdido y estoy buscando la forma de regresar a mi hogar, que es en Santa Cruz.
-Ya veo…, me parece que estás muy lejos de donde dices que vienes…
-Ciertamente, me preguntaba si usted sería capaz de ayudarme.
-Creo que has dado en la persona indicada, sígueme y te enseñaré algo.
Nuestro héroe lo siguió sin replicar y fueron hacia un lóbrego espacio…, un callejón sin salida. Entonces, el hombre le mostró una enorme bolsa de tela y le indicó a Dimarco que mirara en su interior.
-Aquí podrás encontrar lo necesario para ir a dónde deseas.
Cuando él joven se asomó al interior de la bolsa, con un rápido movimiento el abyecto hombre lo metió dentro de ella, la cerro y se la colocó detrás de la espalda. Les aseguro que Dimarco grito de forma estentórea todo el tiempo que estuvo en su interior, pero tuvo la adversidad de no ser oído por nadie; o quizá si lo escucharon, pero no sé molestaron en hacer más que mirar, como si de un espectáculo se tratase… En fin, el caso es que se lo llevó gritando y pataleando de ahí, a una zona mucho más inhóspita y desagradable.
-¡Excelente!- exclamó él hombre, dejando salir a Dimarco nuevamente a la luz… o a la sombra según la perspectiva-. Por fin hemos llegado a nuestro destino.
Cuando él joven se acostumbro a la escasa luz del lugar en el que se encontraba, miro a su alrededor con curiosidad y, de pronto, se vio rodeado de unas tres personas más además de quién lo había llevado hasta allí.
-¿Qué es esto Marcos?- pregunto uno de ellos señalando con un dedo mugroso y huesudo a Dimarco-. Creíamos que nos traerías algo más suculento.
-¿A qué te refieres con suculento?- preguntó Marcos-. Viejo, en mi opinión este muchacho es lo suficientemente bueno para realizar los quehaceres del día.
-No le veo mayor posibilidad que la de encargarse de la limpieza de las letrinas- respondió el viejo y a continuación los cuatro rieron-. Pero, bueno…, supongo que no había otra cosa mejor. Además, siendo sinceros, podemos aprovechar el hecho de que es joven y algún día podrá sernos algo más útil si lo educamos bien.
-Cuando dices educarlo- le consulto uno de ellos-, ¿te refieres a nosotros cuatro, que apenas si sabemos los números? – nuevamente estalló la carcajada.
-Bien… Puede que no nosotros precisamente, pero no me refiero a esa educación, sino más bien a qué le enseñemos lo que a nosotros nos parezca conveniente para que nos sirva, claro está; sino, ¿por qué otra razón se habría molestado nuestro compañero en capturarlo?
-¡Al diablo, viejo!- dijo Marcos vehemente-. Creo que erras en la decisión. Ya nos sucedió la semana pasada que al otro niño se lo robaron, y no pienso pasar otra semana de hambre por ello. Me parece que deberíamos venderlo a algún esclavista sin más, antes de que sea demasiado tarde y a algún ser más ruin y despreciable que nosotros se le ocurra venir a robarlo…
-Bien- convino el Viejo-, así lo haremos.
Y así como había salido de la bolsa, Dimarco retorno a su interior sin tiempo de respirar y, mucho menos, de proferir queja alguna. Luego, la cofradía de miserables, que mas relación mantenían con el diablo que con Dios, se dirigió a un lugar en el que se realizaban transacciones ilegales; contrabando y venta de esclavos robados, si cabe aclarar. Y se colocaron en una fila dispuesta a un costado de un escenario improvisado, que hacía las veces de cadalso, ya que ser vendido como esclavo para algunos era igual o incluso peor que ser condenado a muerte. Llegó el turno de nuestros maleantes y estos comenzaron a anunciar a voz en cuello las excelentes virtudes de Dimarco, por supuesto, todo inventado sobre la marcha.
No pasó mucho, hasta que se presentó un hombre inusitadamente afable y elegante, que a todas luces resaltaba a la perfección la belleza y la bonhomía del lugar en el que se encontraba. En el momento que vio a Dimarco, supo que iba a transformarse en filántropo y a darle una buena vida al muchacho; sí, una excelente vida de trabajos forzados y de escaso alimento. Al menos eso pensaron los cuatro trúhanes que lo estaban por vender, pero no sé preocuparon demasiado cuando vieron el brillo de las monedas.
Le entregaron la bolsa en dónde iba el chico y le agradecieron por su bondadoso actuar. Posteriormente, el hombre se alejo a toda prisa del lugar y se dirigió a una zona algo más luminosa, pero también, alejada de cuántas miradas indiscretas pudieran aparecer. Cuando encontró el lugar perfecto, saco con mucho cuidado a Dimarco y arrojó la bolsa.
-Felicidades muchacho- dijo con una gran sonrisa-. Puedo asegurarte que, está vez, has tenido mucha suerte de caer en mis manos; pero, debo advertirte que no siempre será así. Así que, mantente lejos de las zonas alejadas de la mano de la ley.
-¿Quién es usted? ¿Y por qué me ha comprado a esos sujetos?
-Mi nombre es John Money; y, a pesar de que de verdad soy un altruista que se dedica a rescatar a muchachos como tú de situaciones como la de recién. Por lo general, las personas creen que soy todo lo contrario a lo que digo. De hecho, se han inventado historias bastante erráticas sobre mi persona, y estás han sido mistificadas y tergiversadas de múltiples maneras. Pese a lo cual, he aprendido a sacar de estos relatos muchas ventajas. Cómo, verbigracia, la idea de que crean que soy un esclavista de alto nivel; lo cual me ha permitido, incluso, salvar a chicos de hogares, de personas de casta noble. Pero bueno, en este momento, lo más imperioso para mí es conocer cual será tu siguiente paso.
-Oh, muchas gracias, señor. No tenía idea de que fuera a realizar tal acto de abnegación por mí. De verdad se lo agradezco en demasía. Mi intención es ir a Santa Cruz, dónde está mi hogar, pero me han comentado que estoy muy lejos de allí…
-En efecto… Te encuentras del otro lado del país. Pero, ¿sabes? No todo está perdido; es más, tu vas a llegar a tu hogar porque me ofrezco a acompañarte hasta mitad de camino.
-¿De verdad?- expresó Dimarco exultante de felicidad.
-Si, de verdad.
-Muchas gracias señor. Espero poder agradecerle algún día.
-No te preocupes, este es mi trabajo. Ahora sígueme, tenemos que comprar algunas provisiones y un carruaje para poder ir con la rapidez necesaria para no tardar un milenio…
Luego de comprar los víveres menesteres para el tiempo que John calculó que Dimarco tardaría en llegar a su hogar luego de que se separaran, a mitad de camino, como ya había acordado. Decidieron comprar una especie de calesa, que por supuesto, no lo era del todo en su esencia, puesto que nadie gastaría tanto dinero para trasladarse en un viaje así; primero, porque viajarían por tierra, ergo, ¿a quien diablos iban a presumir un carruaje de tan alta alcurnia?; segundo, ese tipo de vehículos no fueron diseñados para trasladarse por tierra, a menos que se estime terminar la travesía con un rueda y alguna madera que hubiera pertenecido a la carreta… Pero si, llamémosla calesa si es que se comprende mejor así. Sería tirada por dos caballos, a los cuales habían alimentado con bastante esmero.
Antes de partir, ese mismo día, cerca de despuntar el alba, se cruzaron con un grupo de militares que estaban bebiendo en una taberna y que se encontraban borrachos como una cuba. El caso es qué, no se sabe muy bien como fue, si Dimarco se tropezó e hizo caer la jarra de cerveza sobre la cabeza de uno de los hombres, o si fue el ímpetu de este militar por beber el que lo llevo a tan agradable y refrescante baño. La cuestión es que se produjo una riña en aquella taberna, con tan elegantes palabras dichas entre los militares y John, que ni el hombre más soez podría haber imprecado con tanta elegancia cómo quienes estaban en esa taberna. Y sí…, he de decir que hubo quienes se desmayaron de escuchar tantas palabras nuevas, de las que ni se sabía de dónde surgían, pero les aseguro que no eran ni de mefistófeles; y, definitivamente, no solo fueron civiles y niños los que se dejaron llevar exánimes al abrigo del suelo, también hubo guardias que quisieron imponer orden y al oír tan ostentosa orquesta, no solo desistieron, sino que por poco intentaron suicidarse.
Más allá de la media noche, todo paro, la mayoría eran personas que se habían desmayado y que era improbable que un exorcista logrará hacerlos volver en sí, por un par de días, incluso semanas. Dimarco salió diferente, como quien se dirige a la guerra y vuelve a su hogar cambiado. Creo yo que, en este caso preciso, fue para bien; que logro hacerlo madurar algo más, aunque no podemos estar tan seguros, puesto que no sabemos en qué sentido podría servirle esto. Quizá, está experiencia vivida le sirva para enfrentar mejor las vicisitudes del porvenir.
Ya había amanecido, cuando John y Dimarco, tomaron el mejor camino para dirigirse a Santa Cruz; un camino de tierra que no daba lugar a posibles equivocaciones, pues, estaba muy bien trazado y lo rodeaban algunos pinos de los cuales se servían para orientarse mejor. Durante el viaje, nuestro aventurero aprovechó para comer cuánto pudo, puesto que en la noche no lo había conseguido, por culpa de la reyerta. John, que se encontraba dirigiendo a los caballos, comenzó a preocuparse por lo que estuviera haciendo Dimarco en la parte de atrás, y cometió el descuidó de mirar hacia atrás, justo en un momento en que iban a una velocidad considerable y debían girar hacia la derecha para seguir la dirección correcta. Así fue como, en el momento siguiente, se vieron cayendo por una colina que comenzó a incrementar la velocidad del carruaje de forma harto peligrosa; hasta que está fue frenada amablemente por un árbol, es decir, sí, se estampó contra el, de forma claramente violenta.
Cuando Dimarco consiguió salir de debajo de los restos de la carreta, miedo aturdido a su alrededor, buscó a John; pero no pudo divisarlo por ninguna parte. Se levantó, se enderezó y avizoro la zona en su búsqueda. Finalmente, lo pudo ver, muy claramente, ensartado en una rama gruesa de un árbol. Él joven no estaba seguro de si vivía o estaba muerto, pero se acercó con suma cautela hacia él. Cuando estuvo lo suficientemente pegado a John, pudo cerciorarse de que, definitivamente, había muerto hace ya dos horas…, y decidió tomar su mapa y su brújula; pero no se marchó sin antes haberlo enterrado. Cómo ya les había comentado, algo había cambiado Dimarco y, presiento, al igual que ustedes, que este se había vuelto más práctico. Está claro que lamentaba la perdida de su amigo, pero quedarse ahí sin hacer nada, hubiera acabado con él también. Por lo que decidió seguir el mismo el camino trazado. Tomo todos los víveres que pudiera cargar y escaló la pendiente, con el único caballo que había sobrevivido, siguiendo los destrozos de las ramas, hasta que encontró el camino.
Desde que empecé a escribir este cuento, o historia, o relato, o lo que sea, que me pregunto si es que Dimarco es idiota o realmente tiene tan mala suerte como aparenta. Está incógnita la dejaremos para el verdadero autor de esta obra, es decir, el otro sujeto, si aquel nombre que no es el mío. Si digo algo así en estos momentos, no es por otra razón que por el hecho de que ya ocurrió otra desgracia. Si, en efecto, otra más… Está vez, Dimarco seguía el camino que describía el mapa, tenía la brújula de John, el camino, los árboles y hasta las estrellas para llegar a Santa Cruz, pero no llegó ahí, sino que fue a parar directamente a Tucumán. Que quede muy claro que, para que algo así ocurra, el chico tuvo que haber retrocedido parte del camino que ya había sorteado, y que no es ninguna otra razón por la que me planteo está pregunta que a cada segundo que pasa nubla más mi juicio… En fin, continuemos con el relato.
Capítulo 8: Si antes faltaban provisiones, les diría que para el siguiente capítulo, después de este, van a faltar muchas más cosas…
Muy apaciblemente iba Dimarco al trote con su fiel caballo. Se diría que, desde la muerte de John, habían entablado una gran amistad, la cual sin duda alguna sería alimentada por un par de años. Al menos eso pienso yo ahora que lo veo ahí, con tanto sosiego, dirigirse a un pueblo que, según el, se encuentra muy cerca de Santa Cruz. Que extraño es lo que nos depara el destino en cuanto amistades; quien hubiera imaginado que Dimarco iba a tener en tanta estima a este pobre caballo, superviviente de una hecatombe, suscitada por el mismo.
Cuando llegó al pueblo, se dirigió a un establo, y en vez de comprar comida para su gran amigo, lo vendió por un precio ínfimo y se marchó sin apenas despedirse de él. Se dirigió a una tienda y compro provisiones; no demasiadas, ya que se creía muy cerca de su hogar y, como estaba ansioso, optó por seguir su camino sin detenerse a descansar un rato.
Lo que si hizo antes de irse fue entablar conversación con algún que otro lugareño, para conocer si iba por buen camino; y, a pesar de que así se lo confirmaron, estos no dejaron de observarlo con extrañeza. ¿Acaso sería por su aspecto? ¿O sería algo más…? Yo en lo personal, realmente espero y anhelo que solo se trate de su aspecto…
Salió del pequeño pueblo con paso firme y apresurado, sin ninguna razón a mi criterio. Lo cierto es que, estando tan cerca de su hogar, era ridículo que apretara tanto el paso; pero, es de suponer, que estaba demasiado ansioso por volver y no podía detenerse a pensar cuál sería la decisión más saludable para él. Continuó y continuó, sin detenerse un segundo, cada vez con mayor esperanza de que pronto llegaría; pero no era así, y pronto se percató de que no tenía la menor idea de dónde se encontraba. Nuevamente, estaba completamente perdido en un desolado páramo; en el que, a cada hora que pasaba, hacia cada vez más frío, hasta que comenzó a nevar.
Así fue como nuestro impávido héroe, tuvo que pasar una noche gélida a la intemperie y con la nieve cubriéndolo por completo. La única ventaja es que ninguno ladrón podría haberlo visto y robarle las pocas pertenencias que le quedaban encima; pero también hubo algo peor, que no descubrió hasta que se hubo despertado a la mañana siguiente. Cuando se levantó noto que se le estaba haciendo bastante más complicado que otras tantas veces, pero aún así lo consiguió; lo que sí no pudo hacer es mantener el equilibrio y termino cayéndose y dándose de bruces en la nieve. Cuando decidió averiguar qué era lo que acaecía, se enteró de una terrible noticia, su pierna derecha se había congelado por completo; digámoslo de forma exacta, se había gangrenado. Cualquier persona, en su sano juicio, a esta altura de la historia y al descubrirse so desamparado ya se habría suicidado; pero es evidente que Dimarco tenía su juicio en tan buen estado, al igual que si cuerpo…
Tomada una resolución, si es que tal cosa seguía siendo posible para él, optó por arrastrarse hasta el pueblo más cercano que encontrará; y no es broma, lo consiguió. Sí…, luego de veinte horas de hacer de serpiente, llegó a una pequeña aldea y asustó a más de un desgraciado que pasó a su lado; hasta que, finalmente, fue ayudado por una mujer que se compadeció de su aspecto, sobre todo de su pierna, digo de su no-pierna, y decidió regalarle una muleta.
Dimarco se quedó unos días en casa de la mujer, la cual lo alimento sin requerir nada a cambio. Otra altruista, por supuesto, que rezó por qué no cometa el peor error de su vida y acompañe a Dimarco a algún lugar. Por favor, señora, se lo suplico, quédese en su casa si en algo estima su vida… En efecto, algo la apreciaba la mujer, porque al tercer día se despidió de Dimarco. Este se dirigió a un establo y optó por cambiar su muleta por un potrillo, con el único objetivo de llegar lo antes posible a casa.
El potrillo parecía joven y fuerte, pero a Dimarco no se le ocurrió lo que a cualquier persona que, sin necesidad de saber de caballos en específico, se le ocurriría. Quizá, en este sentido, si podamos darle tregua al joven, puesto que, por su edad, bien podría no saber que a un caballo de esa edad hay que domarlo antes de montarlo. Aun así, y a pesar de que alguna persona se lo comento, Dimarco optó por montarlo, creyendo que, de tal manera, tarde o temprano lograría domarlo, y, en efecto, como cabría esperar, salió disparado y colisionó contra una piedra que le quebró el brazo izquierdo; además de recibir varios rasguños en todo el resto del cuerpo.
Pese al estado actual de nuestro protagonista, este jamás se rindió. Y es quizá por esto que es casi factible saber que no le queda mucho de vida…, es broma, es broma; al contrario. Está seguramente, a pesar de que aparente todo lo contrario, es la razón por la cual aún se mantiene en pie y, gracias también, a lo cual quizá realmente logré su sueño de regresar a su hogar. Pero no lo sabremos a menos que continuemos con sus andanzas.
La esperanza del muchacho, pese a todo, seguía intacta y siguió caminando durante horas que resultaron, en algún punto, interminables. Su odisea quizás sea, históricamente recordada, como la más infausta que pudo suceder a una persona de bien, pues a las de mal les suele ir bastante mejor, incluso diríase que ni siquiera sufren por sus errores; sino que, paradójicamente, son tratados por el karma con cordialidad. Aun así, no debo dejar de admitir que nos estamos acercando al término de esta historia. Así que, continuemos con Dimarco.
Como decía, este caminó sin detenerse, y lo hizo lo mejor que pudo. Creo que no le hago la suficiente justicia si no admito que, más que caminar, salto con su único pie lozano hasta que llegó a una cabaña en medio de un prado. Tocó a la puerta y le abrió un hombre que, al instante, al verlo tan precario…, digo, tan maltrecho, decidió acogerlo en su casa. Casualmente, el sujeto era un médico y decidió hacer todo lo posible por mejorar el estado de Dimarco. Tarea que, en mi opinión, debió ser todo un reto, signo de ser presentado en congresos de medicina y ciencia; y de su correspondiente premio. Finalmente, el buen hombre, descubrio que no podía salvarle la pierna, pero si el brazo, y Dimarco quedó de una pieza, cof…, cof…, perdon…, sin una pieza; es decir, la pierna tuvo que ser, evidentemente, amputada. Pero, para completar su conmiseración por Dimarco, decidió establecerlo en su casa hasta que se recuperará del todo y pudiera seguir.
Cuando Dimarco termino su reposó, el médico le regaló una muleta y le indicó el camino que debía seguir para llegar a Santa Cruz. El joven le agradeció por todo lo que hizo y se marchó jubiloso, sabiendo que no faltaba mucho para llegar a su destino.
Por el camino sucedió un hecho increíble e inconcebible a la vez. Dimarco iba caminando y mirando los pájaros que se posaban en las ramas de los árboles, así como las pequeños roedores y animales que se escabullían entre los arbustos; hasta que se topo con un grupo de hombres que habían montado un campamento en medio de todo ello. Esos hombres, vieron a Dimarco pasar y, en un primer momento, no prestaron gran atención a su persona, pero luego, uno de ellos comento:
-¡Eh muchachos! ¿No les resulta conocido ese chico?
-Me parece que sí- respondió el otro abriendo bien los ojos-. Creo que es el mismo que…
-¡Maldición! Sí; es ese maldito que estaba con el otro idiota con el que nos peleamos tan encarnizadamente esa noche en la taberna. ¡Vamos por él!
A todo esto, Dimarco no se habría percatado de que los militares iban en su búsqueda de no haber sido porque, de casualidad, se la cayó la brújula de las manos y cuando la levantó miro directo hacia los hombres que se acercaban con la maldad dibujada en el rostro. Lo que lo hizo poner pies en polvorosa al instante y huir a toda velocidad; y Dios sabe que, cuando alguien quiere correr, no importa realmente si está sano o está para viajar en camilla; aunque Dimarco estaba, más bien, para lo segundo, lo hizo igual de bien que como lo habría hecho en el estado del primero.
Y así fue como llegó con la boca en el estómago, ni más ni menos que a Chubut. Por supuesto, los militares, al encontrarse en un lugar tan concurrido, abandonaron la empresa de linchar a Dimarco y se marcharon.
Capítulo 9: El trayecto final de Dimarco.
Cuando Dimarco se informó sobre el lugar en el que se encontraba, suspiro de alivio. Sabía que estaba exactamente en la provincia de al lado de Santa Cruz, si era al norte o al sur, no lo sabía con certeza; pero no se preocupen, tenía la intención de informarse bien está vez, porque, de lo contrario, yo mismo lo mataría. En fin, compro un mapa con lo poco que le quedaba y fue al establo a ver si, al menos, podría alquilar un caballo. Nunca llegó al establo, ¿por qué? ¿De verdad quieren saber la razón? ¿Si?… Bien, bien… Por el simple hecho de que lo secuestraron en el camino. Así es, casi parecía que ya a esta altura se habían terminado los problemas, pero lamentablemente no… Algo más debía pasar. Y aquí se acerca el autor del crimen:
-Señores, no saben lo que me encontré en el camino.
-¿Qué cosa?- pregunto un hombre de baja estatura y robusto, pero esbelto.
-Un muchacho que nos dará el dinero que necesitamos para sustentar nuestras deleznables vidas- contesto el hombre, este alto y calvo, se caracterizaba por tener el cabello rubio y ser tan petiso como un niño.
-Eso suena muy bien- comento un tercero, de edad avanzada, con una tez lozana y que debía ser un mancebo-. ¿Pero que haremos con él?
-Pues debería estar claro- dijo el segundo-. Debemos pedir un rescate por él. Muchacho, ¿dónde vives y como se llaman tus padres?
-No vivo con mis padres, señor. Vivo con mis amos en Santa Cruz.
-Eso no es tan lejos- exclamó el primer hombre-. Les enviaremos una carta con el dinero que requerimos y si cumplen te liberaremos.
Escribieron la carta y la enviaron al día siguiente, pero jamás llegó contestación alguna. Y que esperaron, lo pueden dar ustedes por sentado; mantuvieron cautivó a Dimarco, casi por una semana entera, hasta que fue este el que reconoció qué, realmente, no recordaba la dirección exacta de su casa. Lo cual, lejos de despertar la ira de los secuestradores, fue ciertamente la compasión la que surgió de sus corazones y decidieron soltar a Dimarco sin más.
Este volvió retomo el plan que había trazado y busco alquilar el dichoso caballo, aunque no se lo dieron; en su lugar, le vendieron una mula y algo de comida para el camino. Finalmente, está resultó ser la mejor inversión que Dimarco hizo en su vida, puesto que pudo llegar a Santa Cruz y también a su hogar.
Cuando entro en la casa, sus amos lo recibieron con los brazos abiertos y con lágrimas en los ojos. Y cuando esté les contó todo lo que había pasado, que ya de por sí, ellos debían imaginar al ver que ni la pierna tenía; ellos decidieron adoptarlo y liberarlo de su esclavitud. Lo que si no queda claro es si lo hicieron por amor y admiración, o si fue por codicia sabiendo el talento que este poseía con el violín. En mi opinión, no hay una verdad absoluta al respecto, pero prefiero creer que fue lo primero; es más, es casi seguro que se trate de lo primero, ya que, fue precisamente a partir de ese momento, en qué la vida de Dimarco mejoró de todas las formas concebibles. De hecho, luego de dos semanas que pasó recuperándose en su casa, viajo a Francia y dio a conocer al mundo su sublime talento. Se dice que, años después, pudo mudarse a los Campos Elíseos y comprar la misma casa que, en algún momento, perteneció a ese conde, si, ese conde; el que al principio fue desgraciado, y luego logro encontrar la felicidad. Monte… Montecri…, algo así creo que se llamaba.
FIN
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